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Bibliotecas personales

En muchas ocasiones, he imaginado un tipo de biblioteca universal que consiste en reunir todas las bibliotecas personales del mundo en un solo lugar. Jorge Luis Borges había imaginado una biblioteca infinita en su célebre cuento La biblioteca de Babel (1941), un relato maravilloso con elementos filosóficos y teológicos. Según algunos estudiosos de la obra del escritor argentino, Borges intentaba elaborar una forma de acercarse al universo, es decir, a Dios, a través de las bibliotecas.

La idea de reunir todas las bibliotecas personales es extravagante y una empresa de la imaginación. Gracias a la tecnología de internet, podemos conocer un poco las bibliotecas personales de escritores como Umberto Eco, Alberto Manguel, Arturo Pérez-Reverte, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. Enseguida nos damos cuenta de que en el mundo existen personas con bibliotecas maravillosas que, si pudiéramos juntarlas, tendríamos la biblioteca perfecta.

Solo pensar en las bibliotecas personales de algunas personalidades panameñas es algo asombroso. Imaginar que pudiéramos poner todas juntas en un solo recinto nos asegura que necesitaríamos construir un edificio de varios pisos. Muchas de estas grandes bibliotecas personales han sido donadas a la Biblioteca Nacional; otras son custodiadas por sus familias, y otras se han perdido en la historia.

Tuve el placer y el honor de conocer los rincones de libros de algunos escritores. La primera vez que vi muchos libros juntos, los suficientes para asombrar de felicidad a un adolescente que ama leer, fue en la casa de César Candanedo en La Chorrera. Eran apenas cuatro paredes de una habitación pequeña tapizada con libros. Los primeros libros que empezaron a formar la humilde biblioteca personal que tengo hoy comenzaron con un puñado de libros que me regaló don César.

Luego conocí al periodista y cuentista Herasto Reyes. Tenía muchos libros y fue el primer escritor que me hizo una lista de libros por género de las cosas que debía leer para mi formación. Desde luego, también me regaló algunos libros. Más tarde, conocí al poeta José Franco, que me invitó a su casa en Parque Lefevre y allí pude ver otro pequeño paraíso. Era un cuarto mucho más grande donde el poeta tenía una hamaca que se balanceaba en un espacio lleno de libros. Vi un libro y lo tomé. El poeta me dijo: “¿Te gusta? Es tuyo. Los libros son para la gente que los quiere leer”.

Años después, conocí al poeta José Guillermo Ros-Zanet, un gran lírico. En su casa tenía tantos libros que mis sentidos aún pueden recordar su olor y su belleza. Tenía la colección Bruguera más completa que jamás había visto. Cada libro estaba hermosamente cuidado y brillaban como piedras preciosas en los estantes. Más tarde, pude conocer y hacer una gran amistad con el poeta César Young Núñez, quien ha sido, hasta el sol de hoy, la persona con más libros que he conocido.

En realidad, César no tenía una biblioteca. Era una especie de enfermo que acumulaba libros. Sin embargo, era y ha sido el lector más fascinante que he conocido. Podía hablarte de cada libro en esa casa que era un laberinto de libros. Una vez me pidió que lo ayudara con los libros. Necesitaba mudarse y aquello era un verdadero caos. No hice mucho. Solo moví un par de cajas de libros y eso bastó para que me regalara un par de sus libros. Entre esos libros estaba una edición del Decamerón de Boccaccio que conservo con celos.

Recientemente, conocí la biblioteca de don Ricaurte Rodríguez en el barrio Vega de La Chorrera. Don Ricaurte no es escritor ni poeta, pero es un ciudadano ejemplar que ama las bibliotecas. Además, de todas las bibliotecas personales que he conocido, la de don Ricaurte es la única que es una verdadera biblioteca en el sentido de que los 7 mil libros que tiene están cuidadosamente catalogados con fichas que permiten su búsqueda en pocos minutos.

Las bibliotecas personales tienen un valor existencial y espiritual que es difícil de entender para las personas que no aman los libros. Las bibliotecas personales no solo atesoran libros: guardan diversas felicidades de memorias personales en sus rincones. Aún conservo libros de cada una de las bibliotecas de mis amigos que he mencionado y que ahora están en el cielo.

Sé que algún día mis libros también tendrán un destino que desconozco. Los libros tal vez sean solo la imagen del recuerdo de alguien. También pueden ser una variedad del olvido. O quizás el camino para llegar a Dios o, sin duda alguna, una forma de felicidad, como Jorge Luis Borges escribió en su Poema de los dones: “Lento en mi sombra, la penumbra hueca / exploro, con el báculo indeciso, / yo, que me figuraba el paraíso / bajo la especie de una biblioteca”.

El autor es escritor.


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