Karishma Vaswani, arquitecto de la política exterior de Japón, advirtió la semana pasada que “hay que tener mucho cuidado con la República Popular China”. “Es un país dominado por un solo partido, el Partido Comunista, que ignora los derechos humanos y las leyes internacionales. Sus políticas son bastante opacas y las actuaciones de China son muy agresivas”, dijo Vaswani entrevistado por el diario argentino Clarín.
El poder real en ese país es el Ejército de Liberación Popular y su aparato de inteligencia, que controla todos los resortes del régimen constituido en un partido-Estado.
Vaswani recordó que, al igual que el presidente Donald Trump y su “vamos a hacer a Estados Unidos grande otra vez”, el jefe del régimen comunista, Xi Jinping, ha dicho que “vamos a recuperar la China de sus buenos tiempos”, en referencia a la década de 1820, cuando representaba el 35% del PIB mundial. “Eso significa una amenaza muy grande, un fenómeno que nos intranquiliza mucho”, dijo Vaswani.
La agresiva expansión de China en África -donde sus empresas, a través de inversiones y préstamos, se adueñaron del comercio y áreas estratégicas de 45 de sus 54 naciones- le ha permitido establecer su dominio en ese continente. Pekín ha sido acusado de explotar África con un neocolonialismo y racismo similar al de las antiguas potencias de Europa.
Después de usar África como campo de ensayo de su nuevo orden internacional, Pekín ha trasladado el modelo de seducción a América Latina.
En un artículo publicado en el diario madrileño El País, Pablo Cardenal afirmó que China está hechizando a golpe de talonario a las élites latinoamericanas. “La compra de lealtades de los nuevos adictos a la causa china es ahora visible en Panamá”, resaltó.
Panamá es clave en una región con escasa relevancia económica en la escena internacional, pero de alto valor geopolítico para Pekín, porque asegura su presencia en el estratégico Canal de Panamá.
De múltiples maneras Washington había expresado su preocupación por la forma poco transparente como el presidente Juan Carlos Varela repudió a Taiwán y se arrojó a los brazos de Pekín, abriendo la puerta para que empresas chinas controlaran áreas estratégicas de transporte, telecomunicaciones, operaciones marítimas y energía.
Finalmente envió a Mike Pompeo, quien además de ser secretario de Estado, fue director de la CIA y es uno de los halcones que anida cerca del presidente Donald Trump. Pompeo, al anticipar que Varela distorsionaría los propósitos de su viaje, reveló a The New York Times que la “prioridad” fue China. Y que su mensaje era para toda la región: tengan cuidado con lo que están haciendo con China.
Alertó sobre relaciones “nocivas para los panameños” porque las empresas de ese país están involucradas en un “tipo de actividad económica depredadora” diseñada “solo para beneficiar al Gobierno chino.
Pompeo afirmó que la beligerancia económica de China “sin duda representa un riesgo para los intereses estadounidenses”, y acusó al país asiático de establecer su poder y expandir su influencia mediante sobornos a dirigentes en países en desarrollo.
A Washington le preocupa que Panamá se convierta “en una cabeza de playa” para la creciente influencia económica china en el hemisferio occidental”.
Por su opacidad en el manejo de las relaciones con China, Varela deja atrapado a Panamá en una renovación de la guerra fría entre Pekín y Washington. Panamá quedó en medio de “un fuego cruzado”, dijo BBC Mundo.
A pesar de sus malabarismos retóricos para responder a Pompeo, Wei Qiang, el representante de Pekín en Panamá, no puede esconder la falta de transparencia y los daños sociales y ambientales ocasionados por las empresas chinas en Latinoamérica, según denunció la Federación Internacional de Derechos Humanos (FIDH), con sede en París.
Qiang, con su protagonismo contraproducente, tampoco puede ocultar que la aspiración de Pekín es relevar el papel de Washington en su tradicional zona de influencia.
Sin embargo, hay quienes se salen del libreto. Alineado con Trump, el presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, anunció que hará un viaje oficial a Taiwán en marzo próximo, sin importarle la rabieta que generará en Pekín. Bolsonaro afirmó, además, que impedirá que China “siga comprando a Brasil”.
Pompeo le dijo al gobernante panameño que no creyera en cuentos chinos y que se asegurara de que sus decisiones no comprometieran los intereses de Estados Unidos en Panamá ni en la región. El problema es que, hechizado, Varela hace tiempo se perdió en un bosque de China.
El autor es periodista
