Otro periodo administrativo está por comenzar y, en su antesala, ya ha dejado ver uno de los actos de ilusionismo que usarán para hacer que las cosas sucedan: el Catch-22. Consiste en que en los momentos decisivos, nos sitúan ante dos alternativas; una de ellas es tan poco favorable que pareciera que está bien que suceda la otra.
Así, al final, hasta estaremos agradecidos por un resultado que puede ser tan indeseable como la primera opción o que esté muy cerca de serlo. La prueba de laboratorio de esta modalidad parece haberse dado con la imposición de candidatos a la presidencia de la junta directiva de la Asamblea Nacional.
No había transcurrido ni una semana desde las elecciones y, de la nada, surgió la primera “opción”: Luis Eduardo Camacho anunció que quería presidir la Asamblea. No es un secreto que sus prioridades no están alineadas con las de la mayoría de los ciudadanos, sino que giran alrededor de una sola persona, y sus incesantes visitas a la embajada nica son prueba de ello. Aunque -según él- tenía los 36 votos necesarios para ganar, el 17 de junio comunicó que había pedido a RM que se buscara otro candidato. En ese momento aparecieron algunos voluntarios: Alaín Cedeño, Ariel Vallarino, Ronald De Gracia… Sin embargo, desde la hamaca de la embajada, un dedo embarrado de chicharrón apuntó hacia Dana Castañeda. He allí el Catch-22: la gente ahora, incluso, pensará “de la que nos salvamos” por no tener a Camacho, cuando, en verdad, el descarte de la primera alternativa no significa que la segunda sea buena.
De Castañeda podemos decir que ha militado en casi todos los partidos políticos y este sería su tercer periodo como diputada: antes lo fue en los quinquenios 2009-2014 y 2014-2019. En el periodo que concluye hoy no fue diputada, pero siguió en la Asamblea Nacional, donde ejerció como subsecretaria general. Tal vez su más recordada actuación en ese cargo sea que se valió de él para impedir que los diputados rebeldes de CD fueran notificados de los procesos sancionadores seguidos a lo interno de ese colectivo. En la reciente campaña electoral, no renunció a su cargo en la Asamblea y, en lugar de ello, se acogió a una “licencia”, así que se fue a hacer política para el cártel RM-Alianza-Molirena-PRD con un salario mensual de $5,000, gracias a la prodigalidad de la planilla legislativa y la complacencia del Tribunal Electoral. Ella no es una extraña para José Raúl Mulino; cuando él presidió el partido Solidaridad, hace dos décadas, Castañeda era vocal de su directiva. De aquella época también conoce a Ventura Vega, quien ahora parece llevar a cabo la búsqueda de los votos necesarios para la elección de mañana (con la aparente ayuda del próximo jefe de la bancada panameñista Jorge Herrera, aunque usted no lo crea). Y aquí es cuando sube el telón y entra Mulino en escena: Vega es el enlace ad hoc del presidente electo con la Asamblea. Si Mulino públicamente ha dicho que no permitirá “vagabunderías”, que hay que recortar el presupuesto del Legislativo, que a la Asamblea no se llega “a buscar prebendas, sino a trabajar”, que el pueblo quiere “quemar la Asamblea con todos los diputados dentro” y que en las reuniones con las distintas bancadas les ha pedido a los diputados electos “que se luzcan, que hagan un esfuerzo por dignificar el órgano político más importante que hay en un democracia”, si todo eso es verdad, entonces, ¿cómo puede estar conforme con esa elección? Ya veremos si, desde el Palacio de las Garzas, las palabras se las llevará el viento, hasta Nicaragua.