Al presidente y los diputados, la Constitución les asigna funciones específicas en sus artículos 183, 159 y 161. Sin embargo, nada dice de los deberes en el capítulo dedicado a los representantes de corregimiento, que también son funcionarios por elección popular. Hasta 1983, las funciones legislativas estaban en manos de la Asamblea Nacional de Representantes de Corregimiento -también conocida como Asamblea de los 505-, pero ese rol cesó al ser reinstalada la entonces Asamblea Legislativa. La cesión de esas tareas, sin embargo, no impidió que pasaran de ser 505 a 702. Pero, si ya no son legisladores y tampoco se convirtieron en corregidores, ¿cuáles han sido las funciones de los representantes en los últimos 40 años y de dónde se supone que emanaron? Hay que reconocer que, para no quedar ociosos, algunos se dedicaron a ejercer tareas que quizá sean propias de otras instituciones, como las de aseo y ornato. Otros, infelizmente creativos, tejieron una inmensa red de emplanillados y corrupción en los gobiernos locales, impulsada con los millonarios fondos de la descentralización. Algunos de estos gamonales recibieron un puntapié electoral el pasado 5 de mayo, después de enquistarse durante lustros en esos cargos. Estas son algunas de las bellezas que han encontrado sus reemplazos.
En la junta comunal de Belisario Porras, el nuevo representante no encontró ni computadoras ni impresoras. “De milagro nos dejaron el sello de recibido”, dijo. Las placas numeradas que se colocan en el mobiliario para identificarlo como parte de los bienes patrimoniales de la junta, fueron encontradas tiradas en el piso. ¿Quién las arrancó?
En San Francisco, la nueva representante no encontró ni 25 centavos en la cuenta de la entidad. A ella sí le dejaron las computadoras, pero con los datos encriptados y la información contable eliminada. A su colega de Parque Lefevre le pasó lo mismo. Mientras, en la de Pueblo Nuevo tuvieron la “decencia” de borrar sin encriptar. Parece que cuando el pueblo dijo que estaba harto de los políticos corruptos, algunos pensaron que al borrar lo que habían hecho contribuirían a arreglar el problema.
En Parque Lefevre, además, el edil anterior ignoró toda la distancia a las juntas de desarrollo local del corregimiento, pero dos semanas antes de abandonar el cargo, convocó a elecciones para conformarlas y dejar a sus secuaces muy bien atornillados en esos puestos.
En Aguadulce, el community manager se negó a compartir la clave y la administración de la cuenta en Instagram de la entidad. El tipo debe haberse encariñado mucho con los seguidores. El nuevo alcalde tuvo que crear otra cuenta en esa red social.
En Chilibre, Yoira Perea, condenada en última instancia por malversación y apropiación de fondos (sentencia que inexplicablemente no ha sido ejecutada), tenía a casi 200 personas en la planilla permanente, pero solo llegaron a trabajar 25. ¿Qué pasó con el resto?
En la junta comunal de Juan Díaz, que estaba bajo el control del diputado reelecto Javier Sucre (actual jefe de bancada del PRD), encontraron dos pistolas Beretta en una gaveta. Lástima que la tía Mayín no ha lanzado aún alguno de sus programas de armas por comida; si no, de ahí habría podido salir una cena para dos.
En Ancón, el personal no entiende por qué, cada mañana, encuentra los aires acondicionados y las luces prendidas. O tienen una herramienta muy avanzada de inteligencia artificial, de esas que encienden y apagan solas los aparatos, o alguien menos inteligente, relacionado con la administración pasada, se quedó con un juego extra de llaves y acude cuando los demás no están.
En Omar Torrijos, el nuevo representante no pudo ingresar a las oficinas, sino hasta el miércoles en la tarde, porque estaba todo trancado. Cuando anunció que llamaría al cerrajero, llegó un exfuncionario a entregarle un juego de llaves.
No cabe duda de que las juntas comunales constituyen un área en las que se pondrá a prueba el discurso de Mulino, que en su investidura dijo que quienes se beneficien del despilfarro de fondos públicos asumirán las consecuencias: “La fiesta llega a su fin y la cuenta la van a pagar quienes la gozaron, no quienes la padecieron”. Por el momento, parece que la fiesta de esa gentuza no ha terminado, pero el presidente ahora tiene una oportunidad de oro para hacer buena su palabra.