El panorama para el gobierno no es encantador. Hoy todo parece conducir a un callejón que se estrecha cada vez más, con poquísimas salidas. La crisis alcanza a todos los órganos del Estado panameño, al punto que se impone un distinto y nuevo modelo de gestión gubernamental.
Prácticamente, es imposible mantener el estado de cosas purulentas, pues lo que se administra está dañado. Cualquier remedio que se quiera aplicar terminará peor que la enfermedad. En mi opinión, hay quienes han querido hacer un país de mentecatos, al menos así lo conciben, y piensan que le tienen la medida al pueblo.
¿En qué sano juicio puede caber que una comisión de diputados debe realizar investigaciones a otros diputados? Eso es lo mismo que un diálogo “yo con yo”. Eso, ni más ni menos, es jugar con el sentido común y la inteligencia de la población, a la que consideran como un instrumento electoral y una careta para esconder sus malas actuaciones.
Ante la crisis institucional de los poderes del Estado es obligante una nueva Constitución y hombres justos que tengan a la política como un mecanismo para servir a la población, que pone en sus manos sus voluntades, y no seres obsesionados por las riquezas materiales, que terminan casi que entregándole sus almas al maligno.
En Panamá, la llamada clase política ha fracasado. Hay que reemplazarla, como decía John Locke que debía hacerse con los gobiernos que no respondían a la voluntad popular. Urge el relevo de quienes no están a la altura de las circunstancias. La Asamblea Nacional –la misma que se “cubrió” de “honradez” juzgando a un magistrado– está en un callejón con pocas salidas, al igual que el gobierno en su conjunto. Le ha caído un manto de descrédito difícil de esconder. Sus posibilidades de maniobra son nulas, y las dirigidas, como la de la comisión investigadora, terminan por enredar más la cosa.
Las fórmulas para enfrentar toda la descomposición han de surgir de la propia población a la que, dicho sea de paso, parecieran obligarla a tomar una avenida que puede conducir a tensos escenarios. El oficialismo, inmerso en todo el desbarajuste, queda invalidado para proponer salidas. Hay muchas gotas que ayudaron a llenar la vasija hasta rebasarla. Lo regado no puede recogerse y lo mal actuado debe sancionarse, con energía.
Bien decía José Martí: “Cuando hay muchos hombres sin decoro hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos hombres”. El pueblo sacrificado sí tiene decoro, eso es lo que le falta a la clase política. Así, pues, al pueblo le queda darse su solución.
