El Tapón del Darién se ha convertido en una de las rutas migratorias más peligrosas del mundo. Cada día miles de personas migrantes y refugiados se adentran en esta terrible zona buscando seguridad y esperanza. Esta situación, ya ha alcanzado niveles alarmantes y la situación humanitaria también es bastante lamentable.
La violencia, la inseguridad, la falta de libertades, la miseria en los países de los migrantes son factores que interactúan de manera compleja para dar cuenta de la crisis migratoria en el Tapón del Darién. Refugiados que huyen de Venezuela, Haití, Cuba y otros países, se ven forzados a realizar la travesía para alcanzar un futuro mejor. Provienen de países donde para la mayor parte de la población ya es casi imposible sobrevivir. Familias enteras, niños, personas de la tercera edad, mujeres en estado de gestación, arriesgan su vida, para huir del militarismo, el hambre, la represión y la extorsión social que sufren a diario.
Una de las características más alarmantes de la crisis migratoria en el Tapón del Darién es su efecto en los niños y jóvenes, que está aumentando a diario. Según los datos proporcionados por la Oficina de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, uno de cada cuatro personas que cruza la región es un niño. Estos menores son sometidos a maltratos, negligencia, explotación sexual y laboral, agravio y condiciones inhumanas durante su travesía. La migración de niños y jóvenes a través de la jungla del Darién es uno de los aspectos más desgarradores de la crisis migratoria en América Latina. Esta selva se ha convertido en un paso traicionero y mortal para miles de migrantes que quieren llegar a América del Norte en busca de mejores oportunidades. Pero para los más jóvenes, esta aventura no solo pretende ser un trayecto físicamente desafiante, sino que también deja una profunda y duradera cicatriz psicológica y emocional en ellos.
Organizaciones internacionales como Unicef, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Defensoría del Pueblo en Panamá han aumentado su presencia física en la región y han mejorado su monitoreo y respuesta humanitaria.
Las entidades resaltan que la crisis debe ser resuelta de la manera más humanitaria y colaborativa, reconociendo que el fenómeno migratorio en el Darién no solo es un problema logístico sino también un asunto de derechos humanos.
Para resolver la crisis migratoria en el Tapón del Darién, Panamá necesita soluciones integradoras y colaborativas que permitan utilizar la diplomacia como un recurso muy valioso. Esto pasa desde desarrollar vías migratorias ordenadas y seguras, hasta crear la solidaridad entre países de la región y la promoción de políticas sociales y de salud para los migrantes, políticas que les den la posibilidad de trabajar y mejorar su propia situación, mientras se implementan medidas apropiadas para abordar esta desafortunada situación que no solo afecta al propio migrante, sino también a la población panameña en frontera, que padece de este fenómeno inusual en su día a día.
Es cierto que tratando de minimizar el problema, la actual administración ha estado tomando algunas medidas, pero implementar sanciones económicas no es del todo un camino viable, dado que la mayoría de esas personas, vienen en esa ruta, sin dinero y en condiciones de salud bastante limitadas, lo que convierte al país, por razones humanas, en un escenario bastante engorroso que obliga a la necesidad de ser el rescatador de estas personas y brindarles su debido cuidado, lo que socialmente se considera como indispensable en este tipo de situaciones, en materia de derechos humanos.
Y a decir verdad, no estamos listos para esto.
De acuerdo con las estrategias planteadas por el gobierno en turno, estas acciones aún son medidas insuficientes que no contribuyen del todo al control de este fenómeno que aún lastima a las comunidades de frontera y a los migrantes mismos. Las campañas informativas en contra de la trata de personas o las multas impuestas a las redes no son medidas decisivas y muchísimo menos humanas para aquellos obligados a huir del dolor y la necesidad de vivir.
La autora es bibliotecaria, poeta y narradora.