Por Radio Mía, los sábados, se emitía un programa infantil, “Caritas felices”, que sonaba en la Cuchilla de Calidonia, en la radio de casa de mi abuela donde me crié, y que estaba encendido siempre. Dos maestras propiciaban el milagro radial: Natalia Ferrell y Zoila Peña. Cada sábado, los alumnos de la maestra Zoila y otros invadían la radio para deleite de los radioescuchas.
Mi mamá, tía Ceci, de las Muchachas Guías, empezó a llevar a sus niñas a aquel programa y, cómo no, a mi hermano y a mí. No sé cuántas veces fui, pero recuerdo la vergüenza que me daba hablar al micrófono, y lo ricas que estaban unas burundangas de la Zona que nos regalaba después del programa la maestra Natalia. Recuerdo, sin muchos detalles, la sensación de estar haciendo algo importante, de estar descubriendo algo.
La maestra Natalia me contactó semanas atrás. No la reconocí, tantos años desde aquella aventura, y me mandó unas fotos: en una, sentado y reído yo, fuera de los estudios, con una camiseta amarilla de Naranjito. En otra, mi hermano reído con su sonrisa de galán y su suéter de rayas, y en otra más, está mi mamá, tan llena de vida, junto a la maestra Natalia, radiantes, entregando regalos a unas niñas. Todo era tan sencillo, todo era futuro.
Cuando voy a la radio, allá o aquí, pienso en “Caritas felices”. La maestra Natalia y la maestra Zoila querían seguir enseñando más allá de las aulas y abrieron ese espacio para hacerlo, invirtiendo, como mi propia madre, tiempo en las vidas de aquellos niños, dando la milla extra, seguras de que era bueno para nosotros, y sí que lo fue.
Sonrío al verme, y me asombra lo mucho que puede hacer el tiempo invertido en la vida de un niño. Por lo menos en esas fotos nuestras caritas parecen felices: en el tiempo que duraba el programa sentíamos, que incluso para nosotros, todo era posible.
El autor es escritor.