Por estos días, pasado el torneo electoral, y mientras analizamos los resultados, abundan los elogios hacia lo que ha logrado una nueva generación de políticos independientes. En efecto, no es poca cosa lo que sucederá en la Asamblea Nacional, y nos acerca al ideal con el que nuestro sistema fue diseñado: que la misma sea un contrapeso para el Órgano Ejecutivo. Esto no sólo es un logro de la juventud independiente que participó del proceso electoral, sino también de los electores, quienes al unísono decidimos asignar la relevancia que amerita a nuestra selección de diputados, y participamos a través de nuestros votos de lo que aparenta ser un proceso de transformación de gran relevancia, llamémosle, con cariño, nuestra “primavera política”.
En efecto, mérito a quien lo merece: la juventud nos ha deslumbrado, como lo viene haciendo desde hace años ya. Por esto, quiero dedicar este escrito a mi fascinación por lo que observo en las artes, específicamente las artes escénicas. El 7 de mayo estrenó la tercera temporada de 1903: El musical; obra escrita por Diego De Obaldía, un protagonista de esta juventud que irrumpe en nuestros escenarios para deslumbrarnos con una mezcla de sátira, humor y entretenimiento que narra con precisiones históricas los eventos en torno al nacimiento de nuestra República. (Dicho sea de paso, la misma estará en escena hasta el 19 de mayo, por lo que urjo a quien me lee, para que no se la pierda.) El año pasado, vimos un Macbeth estilo moderno, adaptado por Arturo Wong Sagel, un director teatral de nuestro patio que nada tiene que pedir a las tablas de Madrid (y que incluyó la osadía de llover sobre el escenario de nuestro glorioso Teatro Nacional). De Ricky Ramírez, vimos Fantasmas, un conmovedor viaje personal a través del duelo familiar. También en nuestro patio, Malamaña nos trae una oferta que deja los escenarios atrás, para deleitarnos con teatro al aire libre en el Casco Antiguo, o a bordo de un bus, o en una casa club de las áreas revertidas para rememorar un pasado en que compartimos territorio con el imponente imperio del norte. En el séptimo arte, hace unas semanas, estrenó en cines Érase una vez en Panamá, producción de nuestro propio Elmis Castillo, que repasa eventos recientes que mañana serán historia. Hasta la semana pasada, estaba en las salas de cine Chacalería, creada por Gurnir Singh, producción que destaca panameñismos y experiencias únicas que vivimos durante la pandemia, llena de trucos cinematográficos que cualquiera supondría exclusivos de Hollywood.
He hecho un recuento de algunas de las obras que he disfrutado en el último año. Se me quedan muchas por fuera. Mi intención es destacar que, así como somos testigos de una primavera política, estamos en medio de una primavera artística. Tenemos la opción de quedarnos en casa y continuar nuestras rutinas mientras todo esto sucede alrededor, o de interrumpir nuestras rutinas y enriquecer nuestras vidas disfrutando del arte panameño que cada día está mejor. Como comenté al inicio de este escrito, el logro de la juventud política independiente que hoy celebramos no se alcanza solo, lleva el respaldo de una cantidad multitudinaria de votos de personas que pertenecen a todas las generaciones con mayoría de edad. Lo mismo sucede con esta explosión artística de la que somos testigos: son posibles gracias al respaldo de auditorios que pertenecen a todas las generaciones.
La autora es ingeniera.

