La neurociencia ha descubierto que el estímulo del sistema límbico cerebral genera delirios extáticos similares a los experimentados por feligreses durante ceremonias religiosas. Estas expresiones son mediadas por señales hormonales de dopamina, serotonina y endorfinas. Desde una perspectiva darwiniana, no parece haber una ventaja evolutiva plausible de la superstición humana. Su génesis, en bastante medida, obedece al deseo inconsciente por trascender a todo lo desconocido o incomprendido, acto usualmente vigorizado por carencia académica y complicidad tribal.
El fenómeno místico se evidencia cotidianamente. En fútbol, es común ver a jugadores y aficionados encomendarse a la putativa deidad, con la esperanza de que su equipo triunfe o, en el peor de los escenarios, tenga un papel decoroso. Todo gol es celebrado señalando al espacio sideral y, al final, en caso de victoria, el devoto recurre al ditirambo para agradecer la ayuda celestial. Pobre del otro equipo cuyos rezos no fueron atendidos. Curiosamente, en este Mundial, los países más religiosos (africanos y latinoamericanos) fueron eliminados prontamente.
En la tragedia de los niños tailandeses atrapados en cuevas subterráneas se alborotó la espiritualidad colectiva, algo por supuesto comprensible. Pero, en ese simbólico ritualismo, el creyente no se da cuenta de la incoherencia en su proceder. Estamos siempre prestos a criticar los esfuerzos de la gente si algo sale mal, pero si hay éxito, gratificamos al de arriba.
Así como demandamos rendición de cuentas a nuestros congéneres, ¿por qué no somos tan exigentes con el hipotético creador? Si ese ser supremo es omnisciente (todo lo sabe) y omnipotente (todo lo puede), ¿por qué permitió en primer lugar que los niños quedaran atrapados? Si es misericordioso, ¿por qué permitió que un heroico buceador muriera en las maniobras de rescate? En esta época del fact checking, el todopoderoso no pasaría la prueba. Ante las tragedias, los líderes religiosos se valen de banales argumentos para defender la grandeza de su ícono, alegando que sus caminos son inescrutables y que son pruebas para confirmar la fortaleza de la fe. Una coartada tan pueril como sádica.
Debemos dar crédito a los individuos que salvaron la vida de esas criaturas, gracias a sus conocimientos en geología, ingeniería, física, meteorología, buceo, medicina hiperbárica y comunicación. Urge cultivar el pensamiento de especie y no achacar nuestros logros a poderes sobrenaturales etéreos. A los niños se les debe enseñar a pensar, no a creer, y promover la reflexión crítica, no la mágica.
El futuro del planeta reside exclusivamente en nosotros mismos. La inteligencia, tenacidad y solidaridad desplegada por muchos para rescatar a esos niños es prueba fehaciente de que una mejor humanidad es posible si trabajamos unidos. Es ahí donde demostramos que somos homínidos racionales.
En Panamá, no obstante, los canales de radio y televisión están idiotizando a la población con programas evangelizadores que refuerzan el cerebro místico. Negocio por encima de educación. El gobierno nos hace pobres y los medios nos mantienen brutos. Tercermundismo en su máxima expresión.
El autor es médico