Hace dos semanas, escribí sobre una falla del sistema democrático: el frecuente cambio de gobierno, fundamental en una democracia, que suele perjudicar al pueblo y retrasar su progreso al quedar obras a medio hacer y compromisos que no hubo tiempo de cumplir.
Las consecuencias de esa periodicidad en el plano global pueden ser catastróficas. Compromisos vitales (combatir el cambio climático y conservar la OTAN) y un tratado sobre control nuclear con Irán se fueron al traste porque el nuevo presidente tenía otra visión.
¿Confiarán esas instituciones en una renovación del compromiso y podrá Irán renegociar el tratado cuando el próximo presidente norteamericano a corto plazo bien puede volver a ser Trump?
Pero sustituir el relevo presidencial que ofrece al pueblo la oportunidad de elegir, por un sistema que mantiene al mismo gobernante como cabeza del Ejecutivo hasta que una eventualidad, buena o mala, lo saque del palacio, no es una alternativa feliz.
Me interesó cuando en una fase temprana de las tareas de la Convención para una Nueva Constitución Chilena, se llegó a proponer la eliminación del Ejecutivo, es decir, no tener más un presidente, trasladando sus labores a un congreso más nutrido y más integral, que incluiría representantes de las comarcas indígenas, hasta la fecha ausentes. Fuerzas de derecha y de izquierda que vivieron el gobierno de Pinochet ejercieron presión y se descartó del todo ese camino.
Pero en ese momento me pregunté si los chilenos habían logrado soltar el nudo gordiano. Gobernando un congreso, nunca habrá un dictador. Y tampoco el constante relevo del mandatario con las mencionadas consecuencias negativas.
No se ha publicado, al menos en internet, el borrador que contiene 400 y tantos artículos, pero se ha permeado al público suficiente de su contenido para que las encuestas muestren más del 50% de oposición a la nueva Constitución.
El 4 de septiembre, Chile celebrará una votación general obligatoria y nos enteraremos si, blanqueada de los residuos militaristas, el nuevo contrato social ofrece suficientes beneficios sociales y seguridad jurídica para ser aceptado. Pero seguirá ahí el nudo gordiano de la democracia.
La autora es escritora
