Los terroristas toman rehenes: secuestran gente inocente para presionar a gobiernos como medida de fuerza para lograr sus propósitos. Proporciones guardadas, esto no es tan distinto a lo que pasa cuando grupos organizados bloquean calles, o suspenden servicios esenciales como la atención de salud para mostrar su descontento o forzar concesiones.
Es claro que hay diferencias, no es lo mismo tomar a prisioneros con un arma y amenazarlos de muerte que cerrar avenidas y causar caos, o suspender la atención médica a pacientes enfermos, pero la lógica detrás de ambas estrategias es la misma: hacer sufrir a terceros inocentes para presionar a los que toman decisiones.
El cierre de calles no solo causa disgusto y frustración en quienes intentan ir al trabajo, a la escuela o a una instalación de salud, sino que puede significar la diferencia entre la vida y la muerte para alguien que necesita atención médica inmediata. Las ambulancias quedan atrapadas en el tráfico, los hospitales reciben menos suministros y si los pacientes logran llegar a un hospital, se encuentran con que los médicos, en solidaridad por una causa, han decidido suspender sus labores y se quedan sin recibir atención. ¿Es esto justo?
Los organizadores justifican el daño causado, argumentando que todo el sufrimiento es parte de un sacrificio colectivo para lograr el bien común.
Pero ese sacrificio no es de los organizadores, no es el de ellos, es el sacrificio totalmente involuntario del paciente con una enfermedad crónica que lleva meses esperando una cita médica, o el de una madre con un hijo enfermo y que, o no pueden llegar o si llegan no reciben la atención que necesitaban.
Es el sacrificio forzado del que pierde la venta del día para llevar el alimento a su casa. Es el sacrificio del pequeño negocio que esos días no factura y que tendrá que ver cómo hace para pagar la nómina y las cuentas, es el de la familia que quedó atrapada en el tráfico o el del paciente que muere en la ambulancia, que los manifestantes se negaron a dejar pasar.
Los que protestan pueden tener una causa legítima, pero cuando causan daño a terceros, esa causa pierde legitimidad, pues igual que en el caso del secuestro de rehenes, el daño lo reciben quienes no tienen la culpa, y usualmente, los más vulnerables.
Hay formas de luchar por los derechos sin afectar a inocentes, pero el manual de acciones estratégicas de los dirigentes de nuestro país tiene una sola página con dos palabras: “Cierre y Paro”, ya que parecen no tener capacidad intelectual para nada más.
El autor es especialista en Medicina Interna y MBA.