El proceso renovador de la urbe colonense, desde luego traumático, se llevó la historia de Colón sin dejar nada en su reemplazo.
El “proceso” renovador, impulsado por el gobierno de Juan Carlos Varela, tuvo como objetivo principal desmovilizar el núcleo poblacional que estaba asentado en la ciudad. Bajo el argumento o el pretexto de solucionar el problema de vivienda, hacia afuera, se trasladó la población, creando con ello un nuevo ambiente que no favorece la consolidación del ser colonense.
La población es el principal recurso de una sociedad. En el caso de Colón, ella compactada en el espacio geográfico de la ciudad construyó una historia que le dio sentido a la ciudad. Aquí estaban las principales instituciones públicas, los importantes edificios históricos, las casas y su gente.
La ciudad se convirtió en el centro de la actividad comercial, social y política de los movimientos sociales, de las marchas patrióticas y de protesta , de las acciones de la gente y, por supuesto, fue el elemento aglutinador que le dio sustancia al ser colonense.
Con la renovación llamada urbana, para algunos de destrucción urbana, y dizque con integración humana, para muchos de desintegración humana, se llevó de tajo la historia construida en la ciudad. Esa identificación de la gente con su ciudad, con la tierra en donde desarrolló su vida, en donde se construyeron los barrios, las vecindades y las amistades, desaparecieron. Pudo más el interés económico de los poderosos y una vez más la ciudad se presentó como lo ideal para satisfacer sus incontrolables apetitos.
La ciudad de Colon es parte del proyecto de acumulación de riqueza de los sectores de poder económico y político. Es su instrumento y para ello, convirtieron en un gran solar la ciudad, arropada con la tristeza que se siente al verla desaparecer y derrumbarse. Las casas y los edificios históricos han ido desapareciendo y la gente ya no está. Lo que sí hubo fue la desintegración humana, hecha a propósito para desmovilizar el espíritu combativo de la gente.
Difícil hoy hablar de la ciudad de Colón, más bien hablemos de los patios baldíos que van apareciendo al ritmo del mazo que sin piedad avanza. Y cuando el proceso puede tornarse lento, los sospechoso y seguidos fuegos se plantean como la excusa para la demolición.
Con un cálculo preciso, el gobierno de turno ha ido acomodando la ciudad para los ricos. Preguntemos: ¿qué se hará en los terrenos baldíos?, ¿quiénes lo ocuparán?, ¿se construirán edificios conservando la arquitectura que dominó la ciudad?, en fin ¿qué negocios se instaurarán? o ¿estamos en presencia de un vulgar negocio inmobiliario?
Nada puede justificar la destrucción espiritual de la ciudad de Colón. La historia deberá hacer los balances y ubicar en su justo sitio a los protagonistas del desastre urbano. Se perdieron las huellas del pasado. Solamente el recuerdo de lo que fue deberá ser el esfuerzo que mantenga viva la historia de la ciudad. Difícil será una ciudad de Colón sin los barrios que con vicios y virtudes fueron: La Cuarta, El Vaticano, El Bamboo, La Bombonera por ejemplo, difícil igual por la movilización del Colegio Abel Bravo, pero más difícil es ver la ciudad convertida hoy en un gran solar.
El autor es docente universitario

