La necesidad que tiene el ser humano de contar con una patria es invariable y permanente. Cada ciudadano la lleva consigo al igual que el caracol carga encima su casa. Pero cada uno tiene visiones distintas de lo que es la patria. En ocasiones la patria se vuelve problemática, particularmente cuando se torna hostil con los que habitan bajo un mismo cielo y comparten fronteras comunes.
Aunque los límites territoriales permanezcan inalterables, sus habitantes pueden sentirse excluidos de los beneficios que genera la Nación, indeseables, baja la inmensa capa azul que los cobija. Eso obliga al ciudadano a recluirse en la patria interior, la patria espiritual, que no depende de los vaivenes de la política ni de las promesas de líderes que venden espejismos y sucumben en las arenas de ambiciones de poder, dominación y negocios.
Si se compara lo que ha hecho Noruega con su riqueza petrolera por mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos, y la experiencia de Argelia, que ha despilfarrado sus enormes ingresos por las ventas de gas y petróleo, puede hacerse un paralelo de lo que es invertir en el futuro de la patria.
Panamá genera abundante riqueza y prácticamente cada cinco años duplica su producto interno bruto (PIB), pero la pobreza de la mayoría de la población aumenta en cada quinquenio. Eso obliga a preguntarse a cuántos les va bien cuando a la economía le va bien, y a cuántos desarrolla el desarrollo.
Por desgracia, la patria no se construye con un gobierno disfuncional, peón de intereses económicos y que, sediento de aclamación, busca sumar poder a través de medidas y subsidios clientelares con el dinero de todos. Eso degrada la Nación.
Para construir la patria debe hacerse más por la inclusión social, enterrar el populismo y dejar de promulgar leyes y decretos que golpean al sector privado y favorecen, por cálculo político, al más vociferante espectro laboral. El país crece por el emprendimiento del sector privado, no del gobierno.
Se construye patria cuando se toman acciones concretas para acabar con el saqueo de las arcas del Estado y la condescendencia con la corrupción. Eso destruye el apego a la justicia y el respeto a la verdad.
Para construir patria hay que elegir como gobernantes a ciudadanos que no asalten el poder para manipular la justicia y las entidades del Estado para anular a sus adversarios. Eso es una estafa moral basada en la venganza.
Se construye patria cuando los gobernantes se liberan de la improvisación y la mutación constante, y activan políticas públicas para frenar la desolación del agro, diversificar la matriz productiva, brindar seguridad en las calles, disponer de adecuados servicios sociales y públicos, trazar un horizonte y un proyecto de país.
Resulta alucinante que los gobernantes afirmen que en Panamá hay una democracia que representa los intereses del pueblo, cuando en realidad han llevado la democracia a un punto muerto. No hay política posible ni democrática sin justicia, sin respetar y aplicar la ley. La democracia tampoco prospera destruyendo sus instituciones, prostituyéndolas en aras de una cuestionada gobernabilidad.
Para construir patria, los líderes de la sociedad civil deben deponer sus ambiciones dirigidas en muchos casos a formar parte del gobierno, para luego ser recordados con mucha pena y poca gloria. Deberían, más bien, impulsar una nueva cultura política para reorganizar los partidos con figuras que tengan las manos limpias.
Se construye patria con gobernantes que dejen a un lado su sesgo religioso, que abona el terreno de la intolerancia y atenta contra la libertad de conciencia, y asuman el genuino papel de administradores puros de los intereses del conglomerado que conforma la Nación panameña.
Falta lucidez, visión de Estado para lograr la convergencia virtuosa entre democracia, crecimiento económico, desendeudamiento externo, distribución de la riqueza y fuerte disminución de la pobreza, que es uno de los mayores enemigos de la patria.
Consumidos de mesianismo, los gobernantes han desechado los viejos mapas que guiaban a la Nación y desconocen a dónde se dirigen y hacia dónde deberían dirigirse. El pasado no ha perdido su función de guía, enseñanza y advertencia para no repetir errores. Cuando no se siembran esperanzas, surgen frustraciones, desencantos e incertidumbres.
La patria la conforman todos sus ciudadanos y a todos debe interesar su bienestar, progreso y engrandecimiento. Por ello, el llamado a deponer la mezquindad política que aleja el reencuentro entre compatriotas que debería primar a la hora de construir unidos el futuro de la Nación.
El autor es periodista.

