El médico tiene obligaciones morales en el ejercicio de su profesión, como también durante su formación profesional, obligaciones que, de no fortalecerlas durante sus primeros años de formación, sucumben a otros intereses y urgencias. Bajo ese argumento esencial, él o ella, hacen de la desobediencia una virtud, de la desobediencia inteligente. Nos dice Ira Chaleff: (1) nosotros debemos cumplir órdenes, pero solamente si son razonables, apropiadas, constructivas; (2) tenemos el derecho a desobedecer órdenes que son inmorales o arbitrarias, que producen dolor o daños a otros; (3) la desobediencia inteligente recaba el origen y propósito de la orden, el ejercicio apropiado de autoridad y la legitimidad y competencia de quien da una orden; (4) la autoridad puede ser confrontada cuando sea necesario, particularmente cuando revela conflictos éticos y morales.
Hay un sinnúmero de situaciones irracionales que, su práctica frecuente, pasa por alto la lesión ética que producen y requiere confrontarlas con carácter y coraje. El coraje moral en la práctica médica es un comportamiento que se enseña en la escuela de Medicina y es “hacer lo correcto o no hacer lo incorrecto, a pesar del riesgo de tener consecuencias adversas o negativas para uno mismo o a expensas del propio interés”. Recientes estudios de la neurobiología -no ajenos a la controversia académica- revelan que, además de comportamientos aprendidos, el coraje moral, como la desobediencia inteligente -la antípoda postura de la obediencia debida - constituyen una combinación de comportamientos aprendidos y la herencia de rasgos específicos: “crianza y naturaleza” (“nurture and nature”). Esto hipotetiza la aceptación de mecanismos epigenéticos, esa forma de modificación de la expresión genética por puntuales situaciones o elementos del medio ambiente, en los procesos morales de la toma de decisiones.
Dan Ariely nos recuerda que “no importa cuán inteligente o qué bien intencionada la persona es, ella es capaz de actuar irracionalmente dadas las circunstancias para ello”. Frente la presión de una madre porque el pediatra altere las respuestas a un estricto formato sobre riesgos de un desenlace cardiaco fatal durante prácticas de un deporte que le apasiona a su hijo y del que puede ser eximido por sus síntomas, el médico accede a modificarlo por la amenaza de ir a otro médico. El médico accede para no perder al paciente a pesar de que conoce el riesgo de una muerte súbita, que debe señalarse. El familiar de un dermatólogo le pide a este una receta de un psicoestimulante para su hijo porque ella quiere ahorrarse la consulta al psiquiatra, quien sería el especialista autorizado para evaluar y recetarlo. El médico reconoce que él no maneja esta condición, que esta no es su especialidad, que el niño debe ser estrechamente evaluado por el psiquiatra, pero quiere ayudar a su familiar y le firma la receta.
Estos son solamente dos ejemplos de situaciones que se nos presentan como urgentes por resolver, serios dilemas como muchos otros que tenemos que afrontar con coraje moral y decir: no lo puedo hacer porque no lo debo hacer. ¿Por qué actuamos irracionalmente y tomamos decisiones incorrectas? ¿Por qué nos permitimos que otros nos pongan en conflictos con actos no éticos o por qué permitimos que actos no éticos en el ejercicio de la medicina ocurran frente a nosotros y los callemos? ¿Por qué no hacemos consideración al daño que produciría a la salud de otros, una decisión incorrecta? Ariely nos responde que cuando las decisiones tienen que tomarse apuradamente o las circunstancias colocan al individuo en un lugar incómodo, inesperado o conflictivo, la opción tomada suele ser la incorrecta, bajo pobres juicios y razonamientos; que no es lo mismo al tomar una decisión “en frío”, con más tiempo para desgranarla, pensarla y evaluarla, o con menos urgencia de resolverla.
No es infrecuente crear diagnósticos espurios a solicitud de los beneficiarios de pólizas para que las aseguradoras cubran sus gastos no incurridos o, incluso, inflados. Algunos médicos creen que hacerlo una vez para complacer al paciente será solo una vez, cuando lo obvio es que se seguirán repitiendo estas prácticas. ¿Cuántas veces no se dan, por ejemplo, firma y salario de contratos de trabajo por 8 horas de trabajo, mientras solo se cumple con una fracción de ellas, se opera en otro hospital durante las horas de cirugía de la institución donde se está nombrado como cirujano, o aceptar un trabajo remunerado en otra institución, en los mismos horarios y no cumplir con uno, con el otro o con ninguno y sus colegas lo conocen, pero callan. Estos son ejemplos de situaciones que no traen consigo urgencia para tomar una decisión sino opción por lo no ético.
“Pocos hombres están dispuestos a atreverse a la desaprobación de sus compañeros, la censura de sus colegas, la ira de su sociedad. Moral, el coraje es un bien más escaso que la valentía en la batalla o la gran inteligencia. Sin embargo, es lo esencial, cualidad vital de quienes buscan cambiar un mundo que cede más dolorosamente al cambio”, como pronunciara Robert F. Kennedy, en un discurso a militares en Cape Town, Sudáfrica, en 1996.
Los educadores o mentores de la Medicina, “deben continuar demostrando y resaltando ejemplos de coraje moral en la práctica de la medicina y apoyar a sus alumnos para que hagan lo correcto y dejen de hacer lo incorrecto, a pesar de las potenciales consecuencias negativas personales”. Como señala la doctora Caldicott, “la racionalización o el interés propio pueden ser utilizados para justificar conductas impropias”, y hay que enseñar el serio riesgo de esta ocurrencia no ética, para lo cual se requiere una mezcla de inteligencia emocional y de inteligencia ética.
El autor es médico