La migración es un fenómeno constante en la historia de la humanidad, que ha cobrado mayor relevancia en los últimos años, particularmente en nuestra frontera con la hermana República de Colombia. Las incontables crisis económicas, conflictos internos y problemas de seguridad han caracterizado a los países de la región, llevando a millones de personas a abandonar sus comunidades en busca del “sueño americano” que los saque de los problemas vividos en sus países de origen.
Desde el año 2008, Panamá ha comenzado a experimentar la presencia de migrantes no tradicionales (somalíes, etíopes, bangladesíes, chinos e hindúes) que hoy día son reemplazados por otras nacionalidades de la región, como venezolanos, ecuatorianos, colombianos y haitianos que huyen de sus países.
Esta crisis humanitaria ha sido aprovechada por organizaciones criminales de Colombia, que han encontrado una oportunidad para diversificar sus negocios ilícitos, principalmente el narcotráfico, mediante la explotación de los migrantes que deben pagar altas sumas de dinero para llegar a la frontera de Panamá a través del tapón de Darién.
De acuerdo con InSight Crime, esta ruta, antiguamente utilizada por estos criminales como medio para el trasiego de droga, ahora es utilizada para la movilidad de los migrantes.
Al llegar a Colombia desde sus países de origen, los migrantes viajan a Necoclí, uno de los once municipios que forman parte de la subregión de Urabá, localizado en el departamento de Antioquia. De ahí deben pagar entre 30 y 40 dólares para disponer de un bote a motor que los lleve hasta Capurganá o Sapzurro en Acandí, la última población de Colombia antes de empezar la travesía por el tapón del Darién.
El Clan del Golfo, una organización criminal de Colombia, no ha pasado desapercibido la oportunidad de generar ingresos con los migrantes. Su cartera de negocios abarca la provisión de guías por la suma de 50 dólares, que varía dependiendo de las rutas establecidas, y otras más sofisticadas mediante vuelos que salen de Medellín al puerto de Buenaventura y de ahí en un buque hasta Panamá. Otra ruta es volar hasta San Andrés y de ahí en buques hasta Panamá.
La amenaza más grave que sufren los migrantes no es solo el peligro de cruzar la selva, sino las violaciones sexuales a las que son sometidos, principalmente mujeres y niños. Si los migrantes no tienen los recursos económicos, la violación sexual se convierte en moneda de pago. En los centros de recepción en Panamá, en las entrevistas a los migrantes se conoce de estos hechos.
No queda fuera el fenómeno de la trata de personas, que es característico en la ruta.
Enfrentar a estos grupos criminales requiere un esfuerzo de Colombia para mitigar estos hechos criminales que se originan en ese país. Panamá ejerce el control correspondiente en la frontera, y donde sea capturado un criminal de estos grupos, es sometido a los procedimientos legales que correspondan.
Finalmente, eliminar el fenómeno migratorio es imposible, pero sí controlarlo, manteniendo siempre el respeto a los derechos humanos, cumpliendo con el Derecho Internacional Humanitario y previniendo la llegada de bandidos a nuestro país. Debe ser un esfuerzo integral de todos los países comprometidos.
El autor es licenciado en relaciones internacionales y fue asesor presidencial para asuntos de seguridad en el período 2019-2024.