Durante dos décadas hemos venido escuchando sobre la cada vez más deplorable situación en la que se encuentran nuestros hermanos venezolanos, enfrentando una tiranía que ya enquistada en el poder no da luces de estar en la disposición de hacer una transición pacífica.
Desde siempre, el valiente pueblo venezolano ha sido olvidado a su propia suerte por la comunidad internacional, ya que, hoy en día, son estos los únicos que verdaderamente siguen luchando por un cambio que por fin los libre de la cúpula que los tiene oprimidos, que lucran de su tragedia y que les ha cuartado todos sus derechos.
La respuesta de la comunidad internacional ha sido la de adoptar sanciones económicas, reconocimiento de gobiernos paralelos, ruptura de relaciones diplomáticas, aprobación de resoluciones en organismos internacionales, discursos, etc. Ninguna de estas ha cambiado el día a día del ciudadano de a pie. De hecho, algunas de estas medidas, entre otros factores, son las que los han empujado a buscar un futuro en nuevas tierras.
El 28 de julio pasado, los venezolanos se volcaron en masa a las urnas con mucha esperanza de finalmente lograr su objetivo, ya que supuestamente se habían alcanzado los Acuerdos de Barbados. El resultado fue una repetición de lo mismo y nuevamente la reacción de la comunidad internacional fue la misma. Después de tres meses, la realidad del pueblo venezolano sigue empeorando. Recientemente, el Centro Carter ha demostrado el fraude mostrando las tan esperadas actas originales que certifican la derrota apabullante del régimen.
No obstante, los venezolanos siguen estando expuestos a un régimen que utiliza el aparato judicial para persecución política y vendettas personales, comentar, compartir o dar un me gusta en redes sociales o expresarse en público o en privado de forma contraria al régimen acarrea un riesgo para la integridad física de quien tenga esa osadía. Y es que la dictadura, emulando a otros regímenes autoritarios en el mundo, como nunca en el pasado y con la pasividad de la comunidad internacional, ha puesto en práctica tácticas del terror para acallar todo tipo de voces disidentes, para crear miedo, zozobra, desilusión, hartazgo y rendición de ese pueblo valiente.
Actualmente, la atención mundial se encuentra centrada en varios frentes. La invasión de Rusia a Ucrania y la escalada de tensiones en Medio Oriente compiten por acaparar los titulares. En el fondo, la existencia de estos otros conflictos repercute directamente en la crisis venezolana, ya que tienen un elemento que las conecta. Sí señores, el petróleo y el gas.
Las sanciones impuestas para limitar la capacidad de Rusia de comerciar con su petróleo que financia su insensata guerra y una posible expansión del conflicto en el Medio Oriente que pueda cortar las cadenas de suministros hacen presagiar que se está priorizando en asegurar el acceso a fuentes fiables de petróleo. Ciertamente, negociar con Venezuela resulta menos malo que hacerlo con Rusia o Irán.
En el actual escenario internacional, el oro negro se convierte en una prioridad estratégica, tanto en lo militar como para subsistencia electoral, previniendo estallidos sociales producto del alza de los precios que generarían las faltas de petróleo en el frío invierno. Solo veamos los ejemplos de los recientes resultados electorales en Francia, Italia y Alemania, donde partidos de corte ultraconservadores han logrado resultados históricos. Esto sin perder de vista las elecciones de noviembre próximo en el coloso de Norteamérica.
En definitiva, la solución a la crisis venezolana no vendrá desde afuera. El régimen es consciente del contexto internacional y de ello se aprovecha para con una mano castigar a su pueblo y con la otra negociar acceso a hidrocarburos para continuar ganando tiempo para perpetuarse o incluso negociar. El cambio continúa estando en manos de los propios venezolanos y son estos quienes tendrán que seguir luchando para lograrlo.
El autor es abogado y fue director jurídico de la Cancillería panameña