Si son ciertas todas las noticias, ya es hora de que Panamá denuncie ante el concierto de naciones que se siente agredida por la Declaración de Guerra de Donald Trump, con amenazas crecientes hasta atreverse a decir imperialmente que enviará tropas para cumplir con su cometido: la toma del Canal de Panamá, como si el Tratado del Canal de Panamá no hubiera dejado de existir y regir el 31 de diciembre de 1999, como si el Tratado de Neutralidad no existiera, como si los Derechos Humanos hubieran nacido de la imaginación y no de la destrucción instantánea de la vida en Pearl Harbor y Nagasaki, en los campos de concentración nazis sembrados por el odio racial y religioso, en el hurto insaciable de territorios y soberanías por la fuerza y la locura.
Vuelve recurrente a México: “Yo hago siempre lo que quiero/Y mi palabra es la ley/No tengo trono ni reina/Ni nadie que me comprenda/Pero sigo siendo el rey…”, y le hace la guerra arancelaria como a México y a Europa. A nosotros nos hace su guerra expansionista del “gran garrote”, arbitraria, autocrática, orientada al crecimiento de sus negocios y su enriquecimiento personal, para la cual el Canal de Panamá no participará.
Todo el servicio exterior panameño debe volcarse al mundo para informar con hechos y detalles precisos y contundentes los atentados repetidos contra la soberanía, la independencia y la honra de Panamá, mediante calumnias y difamaciones, de los que somos objetivo. Trump ascendió a la primera magistratura de los Estados Unidos con un cartel nada honorable de mafiosos, cafres, mendaces y fariseos que le facilita el camino de veleidad, atropello y desafueros que identifican su administración. No puede haber silencio oficial de nuestra parte, allende nuestras fronteras, si no queremos imaginar connivencia.
La narrativa de Trump dirigida a irrespetar e ignorar la soberanía de naciones libres e independientes, como a pueblos dignos del continente, es una burla desagradable que revela su prepotencia, su matonería, que resultará, para el pueblo norteamericano, en deshonra y sufrimiento insospechado. Dejemos claro cuantas veces sea necesario repetir: nuestra soberanía y nuestra independencia no son negociables, no son parte de ningún debate. Que se terminen la insensatez, los disparates y las burlas de una vez y por todas. Panamá es el único, de los dos países que han construido el Canal de Panamá, que tiene el derecho y mandato para solicitar la intervención armada en su defensa y nadie más.
Este no es el Canal de Estados Unidos, tampoco es el Canal de Norteamérica. Es el canal que rompió la cordillera central montañosa en la cintura del Istmo, que nació del útero de nuestra posición geográfica, desde el golfo de Panamá a la ciudad de Nombre de Dios, del poblado de Cruces, del cauce del río Chagres, de las aguas mansas de los lagos Gatún y Alajuela. Todo esto era y es nuestro. Es nuestro territorio, son las aguas de los mares que nos acarician, las de los lagos que recreamos. Son nuestros ríos y nuestra selva. Es nuestra propiedad. Es el tesoro de nuestras luchas, nuestros muertos, nuestros sueños por retomar lo arrebatado, cuando los intereses imperialistas lo impusieron disfrazado de empatía frente al denuedo de nuestros patriotas. No más alusión a esta insensatez e irrespeto, ocupen su lugar de nación moderna e instrúyanse en historia y derechos.
Hay un cansancio entre nosotros, los agredidos por su irrespeto y amenazas, que no doblegará la decisión irrevocable de no negociar nuestra soberanía, nuestra integridad territorial y nuestras propiedades, de no atemorizarnos ante la amenaza, de no perder nuestra libertad ni nuestra democracia y de responder siempre con verticalidad, firmeza, dignidad y la fuerza de la razón, la justicia y la letra de la ley. Ya antes nuestra bandera ha ondeado libre en todos los cielos, con fuerza, gracia y donaire, y lo seguirá haciendo. De eso nos encargamos nosotros. Que lo oigan una otra vez, Trump, Rubio, Hegseth, el resto del secretariado estadounidense, su Senado y su Congreso, Panamá no es Crimea.
Igual molestia me estremece cuando esa narrativa humillante, mordaz, preelaborada y memorizada la repiten sin vergüenza ni honra sus secretarios de Estado y de Defensa, como también su desagradable vice-presidente, y la aplauden como focas sus senadores y congresistas republicanos, como cuando aquellas, de pie y con frío desde la Antártida o la codiciada Groenlandia, golpean sus aletas delanteras con estereotipados movimientos, que recuerdan una triste condición humana y patológica. Uno, hasta ayer considerado independiente, de aparente sensatez, conocedor e informado y decente; el otro, dependiente, advenedizo, irracional, insensato, desinformado por derecho, malinformado por despropósitos, indecente por oportunidad, borran las diferencias de sus trayectorias, al optar por desobedecer el estado de derecho, vapulear la historia y las relaciones entre nuestras naciones, y obedecer ciegamente las pataletas del mitómano por excelencia.
Solo la prepotencia permite que, ante la contundente postura de la primera ministra de Canadá, Melanie Joly, cuando le señala al secretario de Estado de Estados Unidos, Marco Rubio, que la soberanía y la independencia de Canadá no son parte de ningún debate, “no tienen por qué discutirse”, éste, agrega de forma burlesca que la posición de cómo se siente Canadá al respecto es clara, como tan clara es la posición de Trump cuando sugiere y aspira a que Canadá sea el estado 51 de Estados Unidos.
Rubio repite hace menos de una semana, que Panamá no ha cumplido “todas sus promesas”. A no ser que desconozcamos otras “promesas”, esta afirmación puede ser otro libelo. El presidente Mulino debe revelarnos el listado de ellas, porque creo que, entre ellas, está reabrir la mina de First Quantum Mineral, donde los Estados Unidos tienen intereses inconsultos. Esa forma de hacer acercamientos diplomáticos es matonería, una falta de respeto constante y una burla sin medida. Esa forma de dar noticias incompletas a sus conciudadanos no es propia de la confidencia ni de la confianza.
De Panamá y su presidente, como de su ministro de Relaciones Exteriores, su Embajador en el país del Norte y nuestro representante en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, deseo y espero una postura inteligente, puntual, transparente, clara e inquebrantablemente valiente -primero con nosotros los ciudadanos panameños- como la de Mélanie Joly, la ministra de Relaciones Exteriores de Canadá, con los canadienses, y Claudia Sheinbaum, la presidenta de México, con los mexicanos, en este Continente, y la médica belga Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y Kaja Kallas, ex primera ministra de Estonia y jefa de política exterior de la Unión Europea, con los ciudadanos de Europa. Si se necesitan mujeres inteligentes para confrontar sin miedos ni complejos a Donald John Trump, su vicepresidente y sus secretarios, aquí las hay.
¿Será el momento de reemplazar el servicio exterior panameño, por uno que produzca mensajes sólidos y valientes, hable un lenguaje vigoroso, alto y claro, que luzca inteligencia, precisión histórica, conocimiento del mundo actual en desorden, prudencia, pero certeza? ¿Será necesario recurrir a la edición genética CRISPR, de piezas del ADN de células germinales de este servicio exterior, para modificar la dirección de los cromosomas sexuales y producir mujeres que mejoren el servicio exterior?
El autor es médico.