“Panamá la verde”, siempre se ha publicitado internacionalmente a Panamá bajo este eslogan, conocida así por su rica biodiversidad y su selva tropical, lo que supuestamente cubre casi dos tercios del territorio nacional. La vieja expresión “el oro de Panamá es verde” se utilizó para destacar que la verdadera riqueza de Panamá está en su naturaleza y no en sus reservas de oro” …
Para mí aquello es más poesía que realidad. Hay otras latitudes que podrían decir lo mismo, no somos los únicos en el planeta con la citada condición.
Otro de los señalamientos “poéticos” esbozados a lo largo de nuestra historia patria y muy alejados de toda verdad, según mi percepción de las cosas, es aquella noción de Panamá como un “país de tránsito”; así se ha sido planteado a lo largo del tiempo por distintos actores y en distintos foros del mundo; desde gobernantes, estudiosos hasta empresarios. Para mí, otro flaco favor que se le hace a la patria.
Hay que recordar que todo cambia con el tiempo necesario, incluso los colores de la naturaleza, que varían según la intensidad de la luz, la distancia y el punto de observación. Esto nos invita a ajustar los colores, los pensamientos, los análisis y las políticas en el devenir de la patria. No hacerlo significaría aferrarnos a una tonalidad inmutable y permanecer estancados en una realidad monocromática.
Lo segundo, Panamá es un país de tránsito; o sea un lugar de pasada, un sitio pasajero un lugar en donde solo se está de llegada y en el que no se practica o conlleva compromiso alguno, un suelo en donde los grados de responsabilidad y sentido de pertenencia son volátiles por lo que toda relación será efímera. Si ello es así, entonces es mejor adecuar la política y enmarcar la posición geográfica nacional bajo un mejor y más alentador concepto y no bajo una de servicio al estilo de una pelandusca que cobra por servicios prestados.
El desarrollo nacional debe reflejar los mejores colores, representativos de todos los recursos naturales del Estado, tanto renovables como no renovables. Es fundamental dejar atrás las falsas y desatinadas creencias de que este país está destinado, a expensas de su desarrollo y del bienestar de su población, a servir al mundo como si fuera el escogido, el llamado, gracias a su posición geográfica y otras características, para salvar al planeta. La idea de mantenernos “siempre verdes” como el lugar con cero huella permanente de carbono, liberando al sistema terrestre del cambio climático, debe ser sustituida por una visión más equilibrada y realista. El desarrollo del territorio patrio debe avanzar respetando los recursos, pero sin atarnos a una tonalidad inmutable, como si los movimientos de la Tierra hubieran decretado una única manera de concebirnos.
Es momento de que los colores del desarrollo nacional emerjan de manera plena. Es necesario aprovechar el azul y todos los tonos del sistema hídrico, una fortaleza nacional, explorándolos con conciencia y utilizándolos adecuadamente para el bienestar de la nación. Asimismo, los colores de los minerales metálicos y no metálicos deben resplandecer y contribuir significativamente a la economía nacional, permitiendo que el país se incluya en la lista de naciones desarrolladas, con características propias y loables, tanto en calidad de vida como en índice de desarrollo humano, al igual que sucede en otros países con esas condiciones.
Finalmente, el verde, junto con todos los colores del desarrollo nacional, debe producir una policromía coherente, equilibrada y realista, que priorice el bienestar del país y no se limite a satisfacer únicamente los intereses de terceros.
El autor es abogado y urbanista.