El pasado jueves 31 de octubre de 2024, mi alma mater, la Universidad de Panamá, un bastión de la libertad de expresión y del intercambio de ideas, fue escenario de un lamentable incidente que pone en duda el verdadero espíritu académico que deberíamos defender. Como egresado de esta prestigiosa institución y alguien que ha participado y organizado múltiples congresos y eventos académicos en sus aulas, me duele profundamente que, en una actividad destinada a presentar los resultados de una importante investigación arqueológica, llevada a cabo en el marco del proyecto Cobre Panamá, sea saboteada por un grupo de individuos que se opuso de manera violenta y soez a lo que debería haber sido una celebración del conocimiento sobre nuestra historia profunda y nuestro patrimonio cultural.
Esta investigación, que ha sido loada en diversas latitudes y presentada en congresos internacionales con excelentes comentarios, se vio empañada por la irrupción de un grupo de intransigentes pertenecientes al colectivo Yaesya, quienes, más que promover un diálogo constructivo, se dedicaron a sabotear nuestra orientación académica. En lugar de fomentar un intercambio de ideas, optaron por sofocar cualquier intento de discusión, imponiendo su voluntad de forma autoritaria y de la manera más burda posible.
Es preocupante observar que estos grupos, que se manifiestan en contra de la minería, lo hacen utilizando la desinformación y el miedo como sus herramientas predilectas. No podemos ignorar que su acción no solo atenta contra el espíritu académico, sino que refleja un intento de imponer una ideología que se aleja del verdadero interés por el bienestar de la naturaleza y la sociedad. La defensa del medio ambiente no puede convertirse en un mecanismo para silenciar voces que buscan compartir conocimientos y aportar al desarrollo sostenible.
El hecho de que esta situación haya ocurrido en nuestra primera casa de estudios debe llevarnos a una profunda reflexión. ¿Qué implicaciones tiene para el futuro de nuestra academia y del país si permitimos que la intolerancia y el miedo a las ideas diferentes prevalezcan sobre el diálogo? La verdadera esencia de la educación radica en el respeto y la apertura al intercambio de pensamientos, sin importar cuán divergentes sean. Como víctima de esta interrupción, mi único interés es académico; mi intención fue siempre informar sobre los hallazgos de una investigación que no solo enriquece a los estudiantes de antropología, sino también al país en su conjunto.
Es un momento crítico en el que debemos preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a aceptar un entorno donde la disidencia se convierte en un acto de represión? O, por el contrario, debemos comprometernos a ofrecer un espacio seguro para la discusión y el análisis, donde cada voz sea escuchada y cada idea pueda florecer. La Universidad de Panamá debe ser un baluarte del pensamiento libre y crítico, y la defensa de ese ideal nos concierne a todos. La naturaleza necesita defendidos informados, no censores que deslindan el conocimiento. La identidad del saber no puede sacrificarse ante la imposición de ideologías que buscan desvirtuar la esencia misma de lo que significa ser un académico. Unámonos en la defensa del diálogo, el respeto y el verdadero aprecio por el conocimiento.
El autor es egresado de la Universidad de Panamá y director de arqueología del proyecto Cobre Panamá.