Cuando las respuestas no llegan a tiempo



Livia Magdalena Torrero Gaona murió el sábado 20 de agosto de 2022, en la ciudad de Panamá. Tenía 81 años de edad. De esos, casi 33 los pasó con una pregunta en la mente: ¿qué le sucedió a su hijo, Alejandro Hubbard Torrero, durante la invasión de Estados Unidos a Panamá?

A Livia la conocí una mañana a finales de enero de 2018. La cita era en el Instituto de Medicina Legal, donde ella y su hijo Juan Carlos habían sido convocados por la Comisión 20 de diciembre de 1989, para dar muestras de su sangre, con la meta de poder identificar los restos de Alejandro en una de las fosas comunes del Jardín de Paz. Recuerdo que ese día entró caminando con un bastón, frágil pero decidida, y le brindó un cumplido a la enfermera por su hábil mano. Recuerdo su risa avergonzada cuando su hijo le tomaba fotos para inmortalizar la ocasión y cómo ese día la esperanza se sentía como algo palpable: era la primera vez que se permitían creer que tendrían algún tipo de respuesta.

En las semanas siguientes nos vimos varias veces, siempre en su casa en San Miguelito, mientras yo escribía una crónica. Me contó cómo era Alejandro, desde sus travesuras de infancia hasta sus ganas de participar de la política. Nos reímos y lloramos como solo pasa cuando uno se sienta a escuchar los momentos más difíciles de la vida ajena y se permite ser vulnerable. Me contó los sueños que tenía de Alejandro, las veces que lo imaginaba vivo en algún otro lugar sin memoria de su vida antes de la invasión, quizá producto de un golpe, o cuando lo imaginaba en el cielo, con un ángel de compañía haciéndole saber que estaba bien. Me dijo, vestida con un traje lila de pintas amarillas que Alejandro le había regalado antes de desaparecer, que ella lo que más anhelaba era “encontrar sus huesitos”, para así enterrarlo como era debido, con una lápida que llevase su nombre. Duele saber que Livia murió sin ver cumplido ese anhelo.

Cuando le extendí mis condolencias a su hijo Juan Carlos, conversamos sobre los últimos días de Livia. Sobre si tenía a Alejandro presente en la mente. Me dijo que esa última semana, algo en la televisión le había hecho recordar el trabajo de la Comisión y que le preguntó que cómo iba eso, que si había algo nuevo que reportar. La Comisión espera entregar a finales de este año un informe final sobre su gestión, pero para obtener los resultados del análisis antropológico, es decir, para afirmar a ciencia cierta si alguno de los 35 restos exhumados en el Jardín de Paz para pruebas de ADN es Alejandro, a Medicina Legal todavía le hacen faltan meses, sino años de trabajo.

Lo cierto es que hay gente como Livia -padres, madres, hijos y hermanos, familia- que sigue esperando algún tipo de resolución. Gente que año tras año perdemos, porque están mayores, por alguna enfermedad o accidente. Gente que se lleva consigo sus historias y la esperanza de encontrar a quienes desaparecieron sin dejar rastro cuando Estados Unidos decidió invadir un país para atrapar a un dictador. Vale la pena preguntarnos realmente, como país, mirarnos al espejo y afrontar una dura realidad: ¿por qué tuvieron que pasar tantos años para que se creará una comisión que investigara lo que pasó?

¿Acaso no le debíamos a mujeres como Livia haber iniciado este proceso antes? ¿Haber agotado cada camino que les hubiese brindado paz y la oportunidad de un verdadero duelo?

Quizá la herida era muy grande. El dolor muy reciente. Aunque me es difícil imaginar un dolor más grande que el que sienten quienes lloran a sus desaparecidos. Aunque sé que es en vano, se me antoja imaginar todas las respuestas que podríamos tener si la ardua labor que hoy realiza la Comisión hubiese iniciado antes.

Alejandro, al menos, aún tiene quién le recuerde y eso le brindó a Livia paz hasta el último momento. Como me dijo Juan Carlos: “Ella sabe que yo sigo en la lucha”.


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