El mundo atraviesa, en estos momentos, la mayor reconfiguración que han experimentado las relaciones comerciales y geopolíticas desde el final de la Segunda Guerra Mundial. El modelo democrático, liberal y global que ha fungido como base de la interdependencia comercial —y que ha permitido el crecimiento económico de países como el nuestro— está siendo deconstruido por quien históricamente ha sido su mayor guardián y arquitecto: los Estados Unidos.
Lo que otrora fue un proyecto de armonización de esfuerzos de la comunidad internacional, basado en el multilateralismo, la apertura comercial y los principios del derecho internacional, se transforma ahora en un retorno a ideas contrarias a lo que generaciones enteras han conocido. En su lugar, emerge una geopolítica global reminiscente de siglos anteriores, marcada por el nativismo y encabezada por aranceles y fragmentación.
¿En medio de estos acontecimientos impredecibles, cómo puede nuestro país adaptarse para garantizar su bienestar en lo que, sin dudas, es la génesis de un nuevo orden mundial en las relaciones internacionales?
En primera medida, si algo han revelado los acontecimientos recientes, es la necesidad que enfrenta Panamá de reducir su dependencia geopolítica de actores impredecibles. Ante lo que únicamente puede catalogarse como cuestionamientos inmerecidos a nuestra soberanía, el país no puede adoptar una actitud de sumisión, sin importar quién sea el perpetrador.
Por el contrario, en esta nueva realidad global, donde el mundo amenaza con dividirse en esferas de influencia bajo la lógica del más fuerte, es crucial que Panamá fortalezca sus alianzas estratégicas con actores clave de la comunidad internacional. Debemos consolidar nuestras relaciones comerciales y diplomáticas en las Américas, a través de bloques como el Mercado Común del Sur (Mercosur) y el Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), así como propiciar un mayor acercamiento a Europa y a los actores clave de la Unión Europea.
Para lograrlo, es indispensable estabilizar nuestro régimen fiscal y asegurar el posicionamiento continuo de la economía panameña como una de las más estables de la región. Si algo revela la nueva política arancelaria de los Estados Unidos, es que han quedado atrás los días de complacencia con el statu quo internacional. Las dinámicas de poder están cambiando rápidamente, y como nación debemos pasar de la complacencia a la planificación geopolítica a largo plazo.
Quizás para muchos, Panamá debería “pasar agachado”. Después de todo, somos un jugador menor en la geopolítica internacional y tenemos relativamente poca influencia sobre los cambios que nos rodean. No obstante, ante un escenario en el que predomina la imposición del más fuerte, los países pequeños y no militarizados, como el nuestro, son los más vulnerables. En ausencia de poderío militar y económico, solo nos queda la protección que ofrece la normativa jurídica y los principios de la comunidad internacional, que históricamente han avalado la igualdad y la autodeterminación de los pueblos.
Por ello, no podemos quedarnos de brazos cruzados ni asumir una actitud pasiva, esperando que pase la tormenta. Necesitamos actuar con determinación, asumiendo un rol activo en el fortalecimiento de vínculos estratégicos con países que, como Panamá, se oponen a un modelo basado en el nativismo. Sabemos que el verdadero valor agregado de la globalización reside en la cooperación entre los pueblos, y no en su división.
La recalibración del orden mundial ya está en marcha. Pareciera que han terminado las vacaciones de la historia. ¿Qué decidiremos, como nación, ahora que nos toca volver a la mesa de trabajo?
El autor es abogado y amigo de la Fundación Libertad.