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Cuando se promete, se entretiene, se distrae, se irrespeta y se le miente a la ciudad

La ciudad es el sitio del planeta donde hoy reside casi el 60% de la población mundial; dentro de escasos 25 años, llegará al 70%. Siendo ello así, es por lo que casi siempre me atrevo —con el perdón de los amables lectores— a exponer en el medio escrito algunas reflexiones y conceptos referidos y relacionados con el acontecer urbano. En la ciudad nacemos, nos realizamos como seres humanos y finalmente morimos; entonces, es prioritario conocerla a cabalidad.

Según el último censo nacional, el 68.3% de la población panameña reside en áreas urbanas, es decir, 2.8 millones de personas, algunas en ciudades propiamente dichas y otras en lugares poblados con ciertas condiciones urbanas. Si lo anterior es cierto, la seguridad y calidad de vida de quienes vivimos en ambientes urbanos —sin menoscabo del entorno rural— es lo crucial, lo que realmente importa, en el amplio espectro de la frase.

Fundamentado en lo anterior, me refiero a la manera triste, dolorosa e irreverente como distintas instancias de la sociedad nacional —incluidas las de la administración pública en general— mantienen enajenada a la población citadina con una carga de estrés social comparable a un estado de drogadicción colectiva. Lo que realmente importa en la ciudad se deja de lado mediante una serie de tratamientos, mecanismos y manejos ad hoc para distraer la atención de la comunidad y alejarla del conocimiento fehaciente de lo verdaderamente esencial. Pareciera que existen entes contratados, con programas diseñados y agendas estructuradas, para el logro de tales propósitos.

Hacen de la sociedad nacional meros espectadores de un circo en el que se prometen grandes actos, se entretiene y se distrae, pero con insulsas e irrespetuosas presentaciones. Finalmente, todo resulta en lo que realmente son: simples actos circenses, cuyo costo la sociedad paga —vía impuestos— en forma de las irreverentes manifestaciones que se exhiben cada día en cualquier instancia nacional, sin importar el nivel, en detrimento de las necesidades de la población, la calidad de vida de la sociedad en general y el respeto colectivo.

Mostrar un listado de los actores primarios, de relleno o de cualquier otro nivel de participación y los papeles que desempeñan en esta mala, burlesca y macabra obra que se presenta a diario a la población nacional, tendría que iniciarse desde lo más alto de la institucionalidad hasta llegar a los actores particulares. Todo indica que hay bastantes —y bien remunerados—, dependiendo de los actos de entretenimiento, distracción social, desinformación y engaño que promuevan o contraten para mantener a la sociedad permanentemente obnubilada y drogada socialmente, bajo apariencias opuestas a una ciudadanía informada y colaboradora en cambiar el rumbo social, hoy encaminado hacia un derrotero incierto, oneroso e insostenible en el mediano plazo.

Instituciones y cargos estatales del más alto nivel, cuyos miembros el pueblo elige y que devengan altos salarios y emolumentos, muestran resultados que son todo, menos lo que por ley corresponde y que la ciudadanía y el honor de la patria esperan o requieren. En cambio, presentan una gama de espectáculos deprimentes e irreverentes que no pertenecen —o están muy alejados— de las funciones o propósitos por los cuales fueron electos.

Hoy hemos llegado al punto de ver mancillada y ultrajada, una vez más, la soberanía patria. Bajo aquellos juegos a los que me referí en otra entrega, titulada Juegos de miedo, amenazas y mentiras del neocolonialismo gringo, las instancias nacionales de primer orden estatal no se han pronunciado, salvo algunas con tibieza tras aceptar imposiciones, y otras, en absoluto. Se acepta una invasión con un nuevo modelo, pero invasión al fin. Se mancilla el territorio del Estado y la soberanía nacional bajo subterfugios de “ayuda” y “colaboración” que la sociedad panameña no ha solicitado ni requiere.

Pero se le distrae, se le miente y se le entretiene para que este tipo de acciones extranjerizantes pasen inadvertidas. Lo único que se logra es el irrespeto a la patria y convertir al país en una vergüenza internacional.

El autor es abogado y urbanista.


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