Las naciones necesitan desarrollarse de manera continua, sostenible e inclusiva, lo que implica actualizar y mejorar sus modelos económicos. Estos modelos, eventualmente, se “agotan” o pierden efectividad, requiriendo cambios o transformaciones para seguir generando bienestar y satisfacer las necesidades de sus grupos de interés (stakeholders). De manera similar, los modelos de negocio de las empresas deben renovarse constantemente para mantenerse competitivos y sobrevivir.
Cuando un modelo económico pierde la capacidad de dinamizar sus sectores productivos tradicionales, mejorar su productividad y generar bienestar al ritmo que demanda su población, es necesario ajustarlo. Esta responsabilidad recae principalmente en los gobernantes de turno, quienes deben establecer pautas y políticas económicas dirigidas a promover inversiones y realizar los cambios coyunturales o estructurales necesarios para incentivar un desarrollo económico eficiente y efectivo.
El éxito pasado no garantiza el futuro, ya que los mercados evolucionan y las necesidades cambian. Las economías más desarrolladas, con mayor acceso a capital, fuerza laboral y tecnología, dictan el rumbo de la economía mundial y suelen aumentar continuamente la brecha con las economías menos desarrolladas, que a menudo no logran reaccionar a tiempo, llegando incluso a neutralizar sus ventajas comparativas, esenciales para competir y desarrollarse.
En el caso de Panamá, diciembre de 2000, cuando se asumió la administración del Canal de Panamá, representó un punto de inflexión para la economía del país. Aprovechando sus ventajas comparativas, Panamá fortaleció su modelo económico hacia una economía de servicios regionales y globales, lo cual permitió más de una década de crecimiento sostenido, alcanzando los mayores niveles de crecimiento en el continente americano. Este impulso consolidó al país como un centro logístico, marítimo y aéreo de comercio regional, a través del desarrollo de la Zona Libre de Colón, zonas francas, servicios legales, financieros y centros corporativos regionales, acompañado de una pujante industria de la construcción que contribuyó al “boom” económico, mediante la provisión de infraestructura pública y privada, lo cual también elevó los niveles de consumo privado, fortaleciendo al sector comercial como el mayor generador de crecimiento y empleo en el país.
Sin embargo, a partir de 2012, la economía empezó a mostrar signos de debilitamiento, con una desaceleración constante en los ritmos de crecimiento, reduciendo así la capacidad de generar empleos de calidad y perdiendo competitividad y atracción de inversión nacional y extranjera. Estos síntomas reflejan el agotamiento del modelo económico y la falta de una política clara de desarrollo, basada en una economía cada vez más abierta, sin proteccionismos ni favoritismos, aprovechando las ventajas comparativas que el país aún posee (ubicación geográfica, clima, biodiversidad, infraestructura logística, el dólar como moneda de curso legal, entre otras).
El modelo de desarrollo de Panamá se ha implementado bajo políticas y regulaciones que promueven una economía abierta al exterior, pero muy restringida internamente, beneficiándose de una serie de incentivos y protecciones que hoy son poco justificables. El economista Guillermo Chapman Jr., en su reflexión Hacia una nueva Visión Económica y Social de Panamá, publicada en 2021 tras una de las mayores contracciones económicas del mundo, llamó a “unir esfuerzos, deponer intereses y asumir el reto impostergable de desarrollar un plan de acción para una nueva visión económica y social, que permita corregir las fallas estructurales en nuestra economía”. Lamentablemente, su visión no fue respaldada y el modelo económico continuó perdiendo vigencia, agotando gran parte de su capacidad de generar empleo productivo y comprometiendo su situación fiscal y de endeudamiento, hasta el punto de perder el tan codiciado grado de inversión que disfrutaba el país con una de las tres calificadoras de riesgo (Fitch Ratings), y, lo que es aún más preocupante, debilitando la confianza de inversionistas nacionales y extranjeros.
Los principales motores de crecimiento y empleo durante muchos años, como la construcción y el comercio, han perdido protagonismo y no han sido complementados eficazmente. La minería, como nueva fuente de desarrollo tras recibir la mayor inversión extranjera del país y generar más de 40 mil empleos directos e indirectos, el 75% de las exportaciones y cerca del 5% del PIB, fue abruptamente truncada, sumando así nuevas fuentes de impactos y riesgos contingentes para el país.
El economista Chapman enfatiza que “Panamá pretende ser una economía de mercado o capitalista, pero se trata de un capitalismo distorsionado, patrimonialista, con un poder ejecutivo que distribuye concesiones”. Además, señala que “el reducido tamaño de la economía ha promovido la proliferación de oligopolios”, estableciendo con estas afirmaciones importantes premisas básicas para emprender los cambios estructurales y el consecuente plan de transformación que el país necesita para recuperar su senda de crecimiento y retomar su protagonismo regional.
Soplan vientos de cambio y el ambiente es propicio para gestar un agresivo plan de reactivación que permita impulsar la competitividad a través del mejoramiento de capacidades humanas y el uso de tecnologías, con la participación solidaria y comprometida de los distintos sectores económicos, deponiendo intereses particulares, como bien indicaba el economista Chapman, y asumiendo retos impostergables en beneficio de todos los grupos de interés.
El autor es economista con maestría en Blockchain & Fintech