El tema constitucional ha resonado desde que, después de las reformas que se le hicieron a la Carta Fundamental en 2004, en la transición de los gobiernos de Mireya Moscoso y Martín Torrijos, los aspirantes presidenciales de 2009, Ricardo Martinelli, y de 2014, Juan Carlos Varela, consideraron que les reportaría ganancias electorales hablar de reformas o cambios constitucionales y hasta de asambleas constituyentes de diferentes pelajes.
Cuando se promovía como candidato, el señor Martinelli incluyó entre sus propuestas electorales que durante su gobierno se harían “los cambios necesarios a la Constitución Política”; pero sin precisar cuáles serían. Ya en funciones y para el encausamiento del tema, se nombró una comisión ad hoc, a la que se dio en denominar “de los notables”, para que le dieran forma y contenidos a la propuesta presidencial. El proyecto que prepararon, de una extensión casi interminable, que duplicaba el articulado de la Constitución vigente, así como fue promovido, por la misma voluntad presidencial, fue relegado a los archivos.
El candidato Juan Carlos Varela en una acción de relevo, retomó el tema constitucional y fue mucho más lejos que su predecesor al prometer que convocaría a una “asamblea constituyente paralela”. La historia por reciente está fresca: cumpliendo el primer año de su mandato anunció que consideraba que “no existían las condiciones” para la tal convocatoria, y en los siguientes años el tema fue sesgado y finalmente descartado.
Para nada sorprende que con esos antecedentes y por seguir considerando los aspirantes presidenciales que el tema constitucional puede redituar votos, sin excepción, todos lo hagan banderas de sus campañas y que, como ninguno querrá verse superado por sus eventuales contendores, hayan comenzado a anunciar que promoverán “reformas profundas o integrales o nuevas constituciones”, así como diferentes vías para hacerlas realidad.
En principio, que los aspirantes presidenciales coloquen al tope de sus agendas político electorales el tema constitucional, debe considerarse positivo. Sin embargo, como no se trata de un tema menor sino quizá, del tema fundamental, a todos les aconsejaría actuar con prudencia y no dejarse influenciar por las euforias típicas de las arengas electorales.
En los procesos de reformas o cambios constitucionales hay tres aspectos básicos a los que debe prestarse atención prioritaria: 1. Qué se quiere reformar, 2. Cuándo hacerlas y, 3. Cómo hacerlas. El primero, el contenido de las reformas debe abordarse antes que los otros dos. Sin una concepción clara de lo que se necesita reformar, carece de sentido lógico hablar del método o presionar los tiempos para adoptar las reformas. Toda reforma constitucional debe contar con el mayor consenso posible, que es requisito esencial para asegurar su viabilidad y el éxito en su implementación.
La construcción de un consenso sobre lo que se debe reformar no es tarea fácil; pero es también una oportunidad para que quienes aspiran a gobernar, si son capaces de constituirse en intérpretes valederos de la voluntad popular, eleven su estatura política.
El autor es abogado