Según proyecciones de la OMS, el porcentaje de individuos mayores de 60 años se duplicará en el año 2050, pasando del 12% al 22%. Para 2020, el número de sujetos de más de 60 años será superior al de niños menores de 5 años. Actualmente, la gente de 60 a 74 años es considerada de edad avanzada (desde 65 años en países desarrollados), de 75 a 90 vieja o anciana, y la que sobrepasa los 90, gran longeva. La expectativa de vida no solo ha aumentado considerablemente, sino que ahora las personas se mantienen sanas durante más tiempo.
El envejecimiento es cada vez más diferenciado. Hay adultos, recién jubilados, que continúan muy activos de cuerpo y mente hasta después de los 70-75 años; algunos rinden menos porque sufren menoscabos de salud, y otros requieren cuidado permanente por enfermedad mental.
La sociedad moderna vive una especie de cultura del descarte, donde se cotiza al ciudadano más por rendimiento y productividad, que por experiencia y sabiduría.
Cuando el valor de un ser humano depende de tipo de oficio, eficiencia profesional, posición social, apariencia física o robustez económica, como estas cosas languidecen con la edad, los jóvenes empiezan a considerar a los adultos mayores como cargas o estorbos, propiciando conductas de desprecio, maltrato o abandono. Debemos recordar, empero, que cada etapa biológica tiene virtudes y carencias. La juventud exhibe motivación y emprendimiento, pero también inexperiencia y error. La adultez representa sensatez y perspectiva, en perjuicio de creatividad e iniciativa.
En medicina, observamos cotidianamente a novatos especialistas haciendo alardes públicos de su vasta información y destreza digital. Pero información no es conocimiento y destreza digital no es inteligencia cognitiva. Al examinar un paciente, estos entusiastas mozalbetes, con sus pergaminos al hombro, solicitan pruebas diagnósticas en regadera, a ver si atinan con el escopetazo, sin reparar en que sin una hipótesis concreta, como ocurre en la investigación científica, resulta muy difícil que se llegue a un puerto seguro, porque la verdad se construye paso a paso, deshojando margaritas y descartando inicialmente las dolencias comunes.
En esto se debe apelar a la modestia y al sentido común. Nadie tiene la obligación de acertar primero, porque el acto médico no es un torneo de tiro al blanco.
Muchas veces las enfermedades se quedan en la penumbra y lo único que se puede hacer es asomarse tímidamente al abismo insondable con una linterna de bajo voltaje.
Si evaluamos las fases del aprendizaje en términos filosóficos, los expertos concuerdan en que primero es la información, es decir, acumular datos y cifras.
Esta enseñanza, después, se debe confrontar con las circunstancias por métodos científicos (ensayo y error, inferencias estadísticas, correlaciones reproducibles), para generar el conocimiento, que tomará años en sedimentarse.
Al final, solo excepcionalmente, aparecerá la sabiduría, más asequible a los que admiten las esquivas certidumbres de la realidad. Honremos a nuestros ancianos, para allá vamos todos...
El autor es médico