Los fenómenos meteorológicos recientes, como la Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA) en Valencia y el huracán Rafael en el Caribe, son una advertencia urgente sobre los riesgos climáticos. El cambio climático intensifica estos eventos, haciéndolos más frecuentes y severos, lo que pone en peligro no solo infraestructuras, sino vidas. Sin embargo, la respuesta a estos desafíos va más allá de la infraestructura. Se necesita una ciudadanía activa, consciente de los riesgos y comprometida con la resiliencia local. En tiempos de crisis, la participación ciudadana es fundamental: cuanto más involucrada esté la comunidad en la planificación y respuesta, más efectiva será la adaptación frente a las tormentas.
La prevención y preparación no pueden ser solo tareas de las autoridades; son una responsabilidad compartida. Los sistemas de alerta temprana, la infraestructura resistente y la colaboración ciudadana pueden marcar la diferencia entre un desastre manejable y uno devastador. Sin embargo, la falta de infraestructura y la limitada preparación en lugares como Valencia y Panamá han puesto de manifiesto la urgencia de fortalecer estos sistemas. Las inundaciones y daños han resaltado las limitaciones actuales y la necesidad de una evacuación organizada con respaldo y participación activa.
Dado que estos fenómenos son inevitables, la respuesta más efectiva radica en la preparación. A nivel local, la predicción temprana y los sistemas de alerta son claves para reducir los daños, permitiendo a las autoridades y ciudadanos tomar precauciones. Sin embargo, las recientes inundaciones en Valencia y los estragos en Panamá muestran que nuestros sistemas de alerta son limitados. En el caso de Valencia, las alertas llegaron tarde, lo que resultó en críticas hacia la gestión de la emergencia. En el Caribe, los sistemas de pronóstico lograron anticiparse a Rafael un par de días, pero las zonas vulnerables enfrentaron dificultades para responder rápidamente, especialmente en áreas rurales y alejadas de los centros urbanos principales. En Panamá, por ejemplo, Rafael afectó a diversas ciudades rurales que no cuentan con una infraestructura de alerta robusta ni con un plan de gestión de riesgos. Las ciudades en áreas montañosas, como los pueblos rurales de Chiriquí y Veraguas, o en zonas densamente pobladas, como la misma Ciudad de Panamá, enfrentan riesgos similares: infraestructura inexistente, obsoleta o en mal estado para afrontar los riesgos asociados al cambio climático. Esto pone de manifiesto que los sistemas de alerta no solo deben informar, sino facilitar una evacuación organizada y accesible para toda la población.
La infraestructura urbana es el talón de Aquiles de muchas ciudades frente al cambio climático. Tanto en Valencia como en Panamá, las inundaciones destruyeron carreteras, puentes, servicios básicos, viviendas y todo tipo de estructuras, revelando la urgente necesidad de sistemas de drenaje modernos y una planificación que tenga en cuenta el flujo natural del agua. Es alarmante que, en un país como Panamá, donde las lluvias se extienden durante ocho meses al año, las ciudades no cuenten con un sistema de drenaje adecuado. San Miguelito, una de las áreas más densamente pobladas de la capital, no tiene un sistema de drenaje eficiente, lo que genera inundaciones y deslizamientos recurrentes. ¿Cómo es posible que una ciudad tan crucial siga enfrentando problemas tan básicos de infraestructura en pleno 2024? Este es solo un ejemplo de la falta de planificación y de inversión pública, que limita nuestra capacidad para enfrentar estos fenómenos.
La planificación urbana es clave para adaptarse al cambio climático. Esto incluye establecer zonas de construcción alejadas de áreas de riesgo, desarrollar infraestructuras de drenaje sostenibles y crear espacios verdes que absorban el exceso de agua. La falta de planificación adecuada no solo pone en riesgo vidas humanas, sino que también afecta negativamente a la economía. Un buen ejemplo de planificación participativa es el Plan Local de Ordenamiento Territorial (PLOT) de Soná. Durante su elaboración, los residentes identificaron zonas de riesgo y proporcionaron información valiosa sobre el comportamiento del río San Pablo, que ni siquiera las instituciones oficiales tenían documentada. Gracias a la colaboración entre la comunidad y los planificadores, se lograron zonificar esas áreas vulnerables y evitar desarrollos futuros en terrenos propensos a inundaciones. Sin embargo, este ejemplo sigue siendo una excepción. En otras áreas, como Boquete, cada año se desarrollan proyectos cada vez más cercanos al río Caldera, un patrón recurrente en muchas ciudades de Panamá, donde la expansión urbana a menudo ignora los ríos en lugar de integrarlos en la planificación.
Finalmente, no todo es negativo; lo más destacable en estos eventos ha sido la capacidad de las personas para resistir y colaborar en la recuperación. Tanto en Valencia como en Panamá, hemos visto a voluntarios trabajando juntos para limpiar calles, rescatar bienes y ayudar a las comunidades a levantarse. Tanto DANA como Rafael nos enseñan que, frente al cambio climático, no solo debemos mejorar los sistemas de alerta y la infraestructura, sino también fortalecer y empoderar el tejido social y la participación ciudadana. Enfrentar los retos del futuro requiere el compromiso de todos: autoridades, ciudadanos y la comunidad científica. Adaptarnos al cambio climático es un esfuerzo conjunto, y cuanto antes asumamos esta responsabilidad, mejor preparados estaremos para enfrentar la próxima DANA o el próximo Rafael.
La autora es Directora de Planificación Urbana en San Miguelito e Investigadora Asociada del CIEPS.

