Ayer nos pedían un sacrificio por la Caja del Seguro Social porque no había chenchén, el desempleo estaba disparado y el país en quiebra. Hoy, los magistrados se suben el sueldo en cuatro mil dólares “porque sí”. Ayer se cerró la mina, y hoy se planifican paseos al lugar. Ayer los diputados independientes proclamaban honorabilidad, hoy nos entierran tres metros más en lo mismo. Ayer los asilos eran políticos; hoy, se otorgan como quien cambia de residencia. Mientras tanto, usted se mata trabajando para llevar el pan a su casa, pagar impuestos, conseguir medicinas (aunque sean genéricas) y, mal que bien, educar a sus hijos. Siempre evitando que un traficante de drogas lo ultime por error en una balacera pública, a plena luz del día.
En Panamá existen dos países: el institucional, reservado para una minoría, y el real, donde sobrevive la mayoría. El Panamá institucional se alimenta de los impuestos, los pésimos salarios y el esfuerzo colectivo de los ciudadanos del Panamá real. En el Panamá institucional (del “grado de inversión” y la “institucionalidad”), la gente es feliz porque todo funciona, desde la luz hasta la justicia. En el Panamá real (del palo de mango), la gente es infeliz porque está quebrada y nada funciona, especialmente la justicia. En el Panamá institucional, los ciudadanos se clasifican en dos roles fundamentales: ricos y políticos. En el Panamá real, solo existe un tercer rol: el más pobre, sufrido, esclavizado e ignorado. Es decir, la clase media y la clase popular.
Los ciudadanos del rol de los ricos (clase alta y muy alta) son quienes realmente mandan en el país. Ni el pueblo ni el gobierno tienen ese poder. Son dueños de las empresas que pagan los salarios de los ciudadanos del tercer rol, pero también de las empresas donde estos gastan lo que ganan (bancos, inmobiliarias, seguros, mayoristas, hospitales, etc.). En pocas palabras, el dinero en Panamá circula de un bolsillo al otro dentro del mismo pantalón de los ricos. Además, los ciudadanos del primer rol financian las campañas de los del segundo rol (políticos), a quienes postulan para que sostengan, a toda costa, la institucionalidad “democrática” que perpetúa su hegemonía.
Los ciudadanos del rol político coexisten entre los del rol de los ricos y los del rol básico. Son elegidos por los del tercer rol, pero postulados por los del primero. Así, dicen trabajar para la mayoría, cuando en realidad lo hacen para los ricos. Se encargan de construir la fachada perfecta de una democracia falsa, basada en una institucionalidad vendida.
En este triste juego del perro que se muerde la cola, la mayoría de los ciudadanos del rol básico subsisten sin importar cuánto estudien, trabajen, sean inteligentes o buenas personas. En ese rol, solo son vistos como herramientas o mobiliario de alguna empresa, gremio o partido político. Su valor humano es directamente proporcional al provecho que puedan sacarle. De ahí que los ancianos sigan trabajando o se jubilen con pensiones miserables. Bajo este esquema, jamás habrá justicia ni respeto social sin antes exigirlos con carácter y fortaleza.
Mientras la mayoría de los panameños no entienda —o no quiera entender— esto, nuestra política seguirá teniendo el mismo valor práctico que un mal circo. Con políticos que, según convenga, hacen papeles de dueños, tiqueteros, fieras domadas, domadores, magos prestidigitadores, monos entrenados, acróbatas o malabaristas.
El autor es ingeniero en sistemas.

