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De feos, gordos y la palabra

El filósofo Mauro Bonazzi, en una conferencia, nos ilustra sobre el aporte de los sofistas que fueron muy ridiculizados por Platón. Dice que estos antiguos filósofos aprendieron a cuestionar la realidad, una insoslayable realidad, ambigua y sigilosa, pero sobre todo los sofistas le dieron importancia a algo que hasta el sol de hoy sigue siendo una verdad irrefutable: la importancia de la palabra.

La palabra es algo ambiguo, igual que la realidad. Es una herramienta que puede destruir y construir. La capacidad de la palabra para ordenar la realidad y darle sentido y que la podamos entender. Eso hicieron los sofistas, según Bonazzi: describir la realidad que el pensar a descubierto, porque existe una relación estrecha entre el pensamiento y la realidad. Por eso la palabra se vuelve política, porque es nuestra herramienta de convivencia para construir juntos.

La palabra lo es todo. Todo está en la palabra, dice el poeta Pablo Neruda. La palabra lo puede todo, porque lo nombra todo. Lo que no está nombrado para los humanos, no existe, aunque esté allí en la realidad. Necesita ser nombrado para que exista en la realidad de nuestro pensamiento.

Con la palabra compartimos experiencias de vida. Las palabras pueden reparar y ser bálsamo, pero también pueden causar heridas. Por eso los humanos escogemos las palabras para nombrar el mundo que sentimos y comunicar situaciones en contextos de crisis. La historia de la literatura es la historia natural de la palabra que describe la condición humana. Es la deconstrucción de la realidad. Las palabras están con nosotros para presentar al mundo con todas sus contradicciones.

Esta pequeña introducción la hago porque gracias a mi amigo David Acera, narrador oral español, me enteré de la terrible noticia que las ediciones de las obras de Roald Dahl, el escritor de historias como Matilda, Charlie y la fábrica de chocolate, James y el melocotón gigante, Las brujas y ¡Qué asco de bichos!, han sido víctima del revisionismo o, para ser más explícito, de la censura moderna disfrazada de derechos que en realidad violentan los derechos de los lectores.

El tema radica en que la empresa propietaria de los derechos de la obra de Dahl ha decidido reeditar (léase reescribir) sus libros, suprimiendo y sustituyendo palabras originales por otras, porque según ellos ofenden o no son inclusivas. Supuestamente es un tema de derechos culturales, porque esta censura es para combatir la discriminación y generar una literatura más inclusiva. “La historia de la literatura, particularmente de la infantil y juvenil, está plagada de casos de censura y cancelación”, dice David Acera acertadamente en su artículo.

“Bajo el paraguas de la lucha contra la discriminación de distintos colectivos se atenta contra el derecho a la libre creación literaria y artística”, añade Acera. Es cierto, el tema de los derechos individuales y colectivos obliga a regular muchas cosas para que la inclusión sea permisible; no obstante, en términos literarios, regular la palabra, el derecho a la metáfora, es una violación directa a los derechos de creación y libre expresión del autor. Al mismo tiempo, es un atentado a los derechos de los lectores, más grave aún, una violación directa de los derechos de los niños a entender el mundo como es.

Los sofistas descubrieron el poder y la importancia de la palabra y su relación con la realidad y el pensamiento. Lo que han hecho los escritores en la historia de la literatura es presentar el mundo, al mismo tiempo que descubrir nuevas realidades y su significado existencial. En la vida hay gente mala y buena, fea y bonita, noble y perversa. Hans Christian Andersen, hoy día, no hubiera podido escribir El patito feo, porque la gente fea se hubiera ofendido. Los hermanos Grimm no podrían hablar de siete enanos en su Blancanieves, porque habría que escribir “Blancanieves y las siete personas con condición especial”. Un escritor no podría escribir: “... entonces, la vieja malvada sacó una manzana envenenada...”, sino “... entonces, la persona de la tercera edad sacó una manzana envenenada”.

La literatura infantil está llena de personajes extraños y raros, perversos y frágiles. Villanos y héroes, enanos, ciegos, gordos, flacos, mochos, tuertos, sin dientes, sin pelos; de criaturas mágicas como los faunos, las sirenas, los duendes, los ogros y los gnomos. Monstruos que devoran y otros que juegan. Seres fabulosos, mitad humanos y mitad animales, que fueron creados con el propósito de hacer una representación simbólica de la realidad.

El ser humano está hecho de palabras, por eso inventó la literatura. Palabras que nos ayudan a conocer al otro. Al que es distinto y que vive en el mismo mundo. No es destruyendo y borrando las palabras que vamos a ayudar a ser más respetuosos e inclusivos. No es ocultando el valor semántico de la palabra, sus connotaciones y misterios, como vamos a defender los derechos de la gente. Ojalá las palabras sean las que tengan la última palabra en nombre de la libertad.

El autor es escritor


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