Cada día estamos rodeados de datos: cifras, hechos, observaciones. Sin embargo, los datos por sí solos no significan mucho. Son elementos aislados que solo adquieren sentido cuando los organizamos y estructuramos, convirtiéndolos en información.
La información es el siguiente paso en este proceso. Al estructurar los datos, obtenemos información que pueden ser utilizada para la toma de decisiones. Sin embargo, la información solo es valiosa cuando las personas o las organizaciones son capaces de asimilarla, comprenderla y procesarla de manera efectiva.
Cuando una persona u organización logra comprender la información y extraer significado de ella, estamos hablando de conocimiento. Este es el nivel en el que se desarrolla un entendimiento profundo de la realidad y del entorno. Pero, el conocimiento solo será útil si está basado en información verificada y confiable. Si se construye sobre información errónea o sesgada, el entendimiento de la realidad será incorrecto y, por lo tanto, las decisiones basadas en él también lo serán.
Ya hablamos de datos, información y conocimiento. El siguiente nivel en esta cadena es la inteligencia, que implica el uso del conocimiento para generar soluciones a los problemas que enfrentamos. Aquí es donde entra la tecnología, la cual podemos definir como conocimiento aplicado para crear soluciones. Las principales invenciones del mundo han surgido cuando se ha logrado un entendimiento claro de los problemas y se ha aplicado la inteligencia para generar soluciones efectivas.
Pero, la inteligencia y la tecnología pueden quedarse cortas si las soluciones que generamos no se aplican en la realidad. Aquí es donde la innovación surge. Innovar significa llevar a la práctica las soluciones creadas que transformen la sociedad, mejorando así nuestra forma de vivir, trabajar y de desarrollarnos.
Así pasamos de los datos a la información, al conocimiento, a la inteligencia y a la innovación. Para que un país mejore su desempeño y competitividad, debe generar soluciones innovadoras a sus problemas, pero siempre partiendo de un conocimiento sólido y verificado. Promover el acceso a información veraz y científica es clave para lograrlo. También lo es impulsar que las personas construyan conocimientos útiles para la vida, desarrollen su capacidad de comprensión de la realidad y fomenten su creatividad para encontrar soluciones novedosas a los retos del país.
En este sentido, las empresas juegan un papel crucial. La innovación no surge de la nada, sino de un proceso que tiene sus fases y que permite construir soluciones sobre la base del conocimiento. Para ello, es muy importante que las empresas en Panamá fortalezcan sus vínculos con universidades y centros de investigación, presenten los retos que enfrentan y trabajen en conjunto para desarrollar soluciones. Solo a través de esta colaboración se puede recorrer el camino desde los datos hasta la innovación de manera efectiva.
Además, es clave fomentar un ecosistema donde las empresas inviertan en investigación y desarrollo, transformando el conocimiento en ventaja competitiva. La capacidad de un país para generar innovación no depende únicamente del gobierno o de la academia, sino también del sector productivo, que debe encontrar en la ciencia y la tecnología un aliado estratégico para su crecimiento y sostenibilidad.
Cuando un país logra encadenar correctamente los datos, la información, el conocimiento, la inteligencia y la innovación, encuentra el camino hacia un desarrollo sostenible en lo económico, lo social y lo ambiental. Apostar por este proceso no es un lujo, sino una necesidad urgente para garantizar el bienestar de las futuras generaciones y para que Panamá se posicione como un país competitivo en la economía global.
El autor es asesor en políticas de innovación de la Secretaría Nacional de Ciencia, Tecnología e Innovación (Senacyt).