Hace alrededor de 177 años, Karl Marx postularía su manifiesto, lo que cambiaría la historia. Con ello, nacería el comunismo científico, el socialismo (la etapa previa a la utopía comunista), por supuesto, el marxismo-leninismo, y, para recapitular, se originaría, de forma directa e indirecta, lo que hoy conocemos como la izquierda política. El consenso y el debate entre conservadores y liberales pasaría a un segundo plano, pues ambos serían empaquetados juntos bajo la etiqueta de derecha.
Lo que me gustaría abordar es el concepto que la izquierda tiene de la democracia, ya que este dista mucho del concepto que tienen los liberales (creadores de las democracias modernas) y los conservadores (quienes se sumaron al juego democrático). Para la izquierda, en un primer momento, la democracia era un campo estéril de debate burgués, dentro del cual participarían de forma indirecta con la conformación de sindicatos. Sin embargo, con la consolidación de los primeros partidos comunistas y anarquistas, estos empezaron a tomar forma, aunque aún eran partidos residuales frente a las grandes maquinarias liberales y conservadoras.
Pero sucedería otro acontecimiento que contribuiría a alejar aún más a la izquierda de la democracia: la Revolución Bolchevique. Este evento sería el ejemplo a seguir para todos los partidos comunistas, lo cual, junto con el hecho de que los escritos marxistas tienen un concepto totalitario y autoritario de la democracia, sintetizó esta concepción en la siguiente frase: “La democracia es la dictadura del proletariado”. Esta visión dista mucho de la concepción liberales-conservadora, que recurre a la etimología con un espíritu profundamente neoclásico para definir la democracia como el gobierno del pueblo.
Pero continuando con la izquierda, esta concepción trastocada de la democracia los llevó a legitimar el uso de la fuerza como una herramienta válida para imponer sus ideas o llegar al poder. De aquí surgen las revoluciones posteriores a la bolchevique: la Revolución Cubana, la China, las africanas, las árabes, etc. Todas violentas, todas antidemocráticas, tanto en su llegada al poder como en sus gobiernos.
Tras la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, la izquierda se encontraba con un panorama complicado en Occidente. Sería en esta difícil situación que uno de los mayores referentes de la izquierda internacional señalaría el camino a sus camaradas: Antonio Gramsci, un exdiputado y preso político de Mussolini. Gramsci postularía una teoría que hoy sigue siendo adoptada por la izquierda en todo el mundo. Esta podría resumirse en abandonar la revolución armada y entrar al debate democrático, no solo mediante la participación política, sino también a través de la permeación cultural, tanto en centros de estudio y universidades como en espacios artísticos y culturales. A su vez, la participación en la sociedad civil a través de sindicatos y asociaciones.
Todo esto con el fin de, llegado el momento, tener la suficiente hegemonía cultural para llegar al poder por medios democráticos y desmantelar la democracia “burguesa” y sus instituciones desde adentro, instaurando la verdadera democracia, la “popular”. En otras palabras, la dictadura del proletariado. Quien dude de que existe esta estrategia gramsciana, que observe a Venezuela, el ejemplo más claro de una Revolución Gramsciana.
Ahora, volviendo a nuestro bello Panamá, es evidente que la izquierda panameña es gramsciana, de ahí su hegemonía en las universidades públicas, especialmente la Universidad de Panamá, en los sindicatos y gremios de profesionales, y su autodenominación como “la voz del pueblo”. ¿Qué les faltaba? Un partido político, y eso es lo que están a punto de conseguir.
¿Por qué esto es peligroso para nuestra democracia? Porque su guion gramsciano no es un secreto. Públicamente, este grupo de personas defiende la narcodictadura de Venezuela, las nepotistas tiranías de Cuba y Nicaragua, la pesadilla orwelliana de China, el intento de emperador de Rusia, el narco-gobierno de MORENA en México, apoyaron al condenado Rafael Correa en Ecuador, al pedófilo Evo Morales en Bolivia, a los criminales Kirchner en Argentina, etc.
Si se juntan con antidemócratas, profesan una ideología antidemocrática, su plan de revolución suave es antidemocrático, y las medidas que proponen son autoritarias y empobrecedoras. ¿Por qué esperamos que sean demócratas? ¿Por qué les abrimos las puertas de nuestra democracia a aquellos que, lejos de amarla y defenderla, no buscan más que destruirla y desestabilizarla?
Deberíamos seguir el ejemplo de Polonia, que, consciente de su pasado y decidida a no repetirlo, prohibió cualquier partido de corriente antidemocrática.
El autor es estudiante.