El espejismo es un fenómeno que se asocia a una ilusión óptica que suele ocurrir cuando los rayos de luz se desvían a través de una refracción, para formar una imagen falsa a la vista de un observador. Un fenómeno similar ha venido ocurriendo en la economía panameña durante la última década, al reflejarse en algunos indicadores, escenarios difíciles de interpretar y al generarse efectos muy asimétricos entre los distintos actores económicos y sociales, más allá del efecto de la pandemia.
Sin duda vivimos largos periodos de bonanza, que nos permitió tener la tasa de crecimiento económico más alta de América Latina entre el 2004 y 2014 (6.2% anual compuesto), cuyos beneficios permearon a buena parte de la sociedad, aunque capitalizados en forma distinta entre los diferentes actores económicos. Sin embargo, a partir del 2011, comenzó un período largo de desaceleración económica, que nos llevó a vivir cierto espejismo, que aún hoy en día nos negamos a reconocer, confiando que la bonanza en algún momento permearía a toda la sociedad, mientras se intensificaban deficiencias estructurales, incrementaba la concentración económica, deterioraba la institucionalidad y la desigualdad social permanecía como el elemento más retador del país, que a pesar de haber disminuido durante la época de bonanza, nunca logramos dejar de ser uno de los países más desiguales del mundo, medido por el índice Gini, al pasar de 56.6 en el 2000 a 49.8 en el 2019 y subir nuevamente a 50.9 en el 2021 (el último reportado).
A pesar de haber mostrado la última década estupendos indicadores macroeconómicos, las cifras de trabajadores informales ha crecido ininterrumpidamente, hasta superar las 765,000 personas, según los últimos estimados oficiales, mientras nos alucinaban con comentarios sesgados, aprovechándose de la “mentira de los promedios”, llegando algunos hasta a calificar a Panamá como la Singapur de América o que vivíamos en el país más rico de América Latina, con la más baja inflación del continente, o que Colón era la provincia más rica de Panamá (al medirla en términos del PIB promedio per cápita).
Inflaciones apenas reportadas con indicadores desfasados, que han venido mostrando irrelevantes variaciones de precios, mientras llegamos a tener los servicios públicos más costosos del continente, medicinas y alimentos que ni con los más altos salarios mínimos de la región se alcanzaban a comprar, como no se logra alcanzar el agua reflejada en un desierto por el efecto de un espejismo de la naturaleza.
Con un PIB per cápita que nos valió para entrar en el club de países de “alto ingreso”, según la Organización Mundial del Trabajo (OIT), y una población que aparenta crecer cada vez menos y que en base a las cifras preliminares publicadas del Censo realizado a comienzo de 2023, nos percatamos que ya no somos 4.4 millones de habitantes, como oficialmente se estimaba, sino 4.06 millones, al mostrar un ritmo de crecimiento poblacional cada vez menor en todas las provincias e inclusive en la de Panamá pasamos a decrecer a una tasa media anual de -1.37% en los últimos 12 años, según dichas cifras.
El más reciente espejismo lo experimentamos luego del rebote estadístico postpandemia (el mayor de la región, visto individualmente) del 15.3% y 10.8% de crecimiento en los años 2021 y 2022, respectivamente, pero luego de haber perdido en el año de la pandemia casi la quinta parte del tamaño de la economía que habíamos alcanzado en términos nominales y -17.9% en términos reales (ajustada por inflación), resultando, sin embargo, en el acumulado hasta el 2022, haber sido el país con menor recuperación en la región desde 2019, al reportar un 5.7% de crecimiento en tres años, mientras que Chile lo hacía al 7.4%, Costa Rica al 7.7%, República Dominicana al 9.8% y Guatemala y Colombia al 10.4%.
Finalmente, luego de una larga sequía estadística, el 1 de diciembre se publicaron las primeras cifras de PIB de 2023, que muestran un crecimiento acumulado al primer semestre de 8.8% versus el año anterior, donde las estrellas fueron construcción y comercio, mostrando impresionantes crecimientos de 26.4% y 12.5%, respectivamente, sin la correspondiente generación de empleo, que hasta agosto pasado (según la última encuesta laboral publicada) apenas mostraban una variación de +1.93% y -1.07%, respectivamente. Nuevamente, el sector público contribuyó con la mayor contratación de empleos (para alcanzar ya los 330 mil), que junto a los generados en agricultura y en hoteles y restaurantes, permitieron bajar el desempleo a 7.8% (última cifra publicada previo al paro minero).
Frente a esta realidad, la pregunta que cabría formularse sería: ¿qué hacer para convertir esos espejismos en realidades y poder empezar a recuperar los empleos formales que acostumbrábamos a generar? La respuesta no es una fácil de ejecutar, al menos con iniciativas por parte del sector público únicamente, que a la fecha ha superado los $47.000 millones de deuda y les toca hacer malabarismos para cumplir con la Ley de Responsabilidad Social Fiscal, que para este año limita el déficit al 3%.
El sentido común nos indica, que debemos actuar sin dilación. Más allá de seguir diagnosticando y planteando soluciones cuasi mágicas, toca la difícil pero necesaria tarea de generar, en pleno año electoral, un plan de transformación, idealmente que surja desde el sector privado, como mayor generador de bienestar y empleo, a ser debatido con los aspirantes a liderizar las riendas del país a partir del año próximo, a fin de lograr el respaldo y aval necesario para una ejecución ordenada y planificada, conjuntamente con el sector público, que permita recuperar nuevamente la confianza requerida para reactivar procesos de inversión, nacional y extranjera, con compromisos y aportes de todos los sectores, sin excepción, y con la visión país necesaria para poder generar los cambios oportunos que permitan corregir desequilibrios estructurales y enrumbarnos hacia un modelo de desarrollo sostenible e inclusivo, menos complaciente, más abierto, diversificado, productivo y competitivo, que nos lleve nuevamente hacia un ciclo de bonanza, como el que tuvimos, pero no supimos aprovechar suficientemente, y sobre todo priorizando el bienestar de las grandes mayorías.
El autor es economista

