En 2017, el Instituto para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA Internacional) publicó la primera edición del informe “Estado global de la democracia”, en el que se destacaba que la democracia electoral se había extendido en el mundo como nunca antes, produciendo muchas oportunidades de participación ciudadana en la vida pública. Eran buenas noticias.
Sin embargo, el documento citaba ya cierta percepción de declive o estancamiento democrático, debido a la corrupción, el financiamiento de la política y la exclusión social, así como la incapacidad de los gobernantes y partidos políticos de enfrentar estos retos.
En aquel momento, los autores del informe se preguntaban si realmente la democracia estaba en problemas o simplemente se trataba de retrocesos momentáneos. Igualmente, se cuestionaban si los escépticos estaban reaccionando de forma exagerada debido al bombardeo de malas noticias que aparecían en los medios, lo que les hacía perder de vista todos los beneficios obtenidos de la democracia en las últimas décadas.
Para el siguiente informe, que se publicó en 2019, ya no quedaban dudas: la democracia estaba bajo amenaza en el mundo; estaba enferma. En consecuencia, se recomendaba combatir la enfermedad y trabajar para que pudiera cumplir sus promesas de una mejor calidad de vida a los ciudadanos, con justicia y libertad.
Pero en 2020 llegó un vendaval llamado covid-19 que detuvo el mundo, provocando no solo una crisis de salud pública, sino también estragos económicos, sociales e institucionales. Por ello, el siguiente informe que vio la luz en 2021 se enfocó en la necesidad de sobreponerse al impacto de la pandemia.
Dicho informe concluyó que la crisis de salud había provocado un mundo más autoritario.
Por un lado, los gobiernos que habían iniciado la senda del autoritarismo se volvieron más represivos, mientras que muchos gobiernos democráticos sufrieron retrocesos en materia de libertad de expresión, rendición de cuentas o separación de poderes.
Así llegamos al informe de 2022, “Forjando contratos sociales en tiempos de descontento”, que fue presentado en Panamá la semana pasada en el auditorio del Tribunal Electoral, con la participación del doctor Miguel Ángel Lara, uno de los investigadores del documento.
La conclusión general es que la democracia se encuentra bajo ataque en todas partes, identificándose como amenazas la polarización, la desinformación, las restricciones al ejercicio de los derechos y los ataques a medios y periodistas, a los activistas ambientales o de derechos humanos. En fin, a las instituciones que hacen parte de un Estado de derecho.
Con relación a esta parte del mundo, el informe dice que un tercio de los países ha experimentado un declive en aspectos como gobierno representativo, derechos fundamentales, contrapesos al gobierno, administración imparcial o participación ciudadana. Son las categorías utilizadas por IDEA para medir la calidad de la democracia. Bajo esos parámetros, Venezuela, Nicaragua, Haití y Cuba son catalogados como regímenes autoritarios consolidados. Hace 15 años, solo Cuba tenía esa calificación.
El Salvador es un caso singular, porque las acciones de Nayib Bukele han violentado sin duda alguna el Estado de derecho y las garantías fundamentales, pero hasta ahora tiene apoyo popular.
No es de extrañarse en realidad. En la región más desigual y violenta del mundo, en donde un tercio de la población vive en la pobreza o acosada por la criminalidad, el incumplimiento de las promesas de la democracia es el marco perfecto para que surjan los autoritarismos mesiánicos.
Evidentemente, la desigualdad que identifica a la región tiene causas históricas complejas, pero en la actualidad la corrupción está en el corazón de esa desigualdad, porque permite los privilegios y afecta la gestión pública.
Por ello, enfrentar la corrupción con un sistema institucional que la prevenga y una justicia que haga su trabajo es vital para fortalecer la democracia.
A los problemas de polarización y desinformación ya citados, se suma la enorme crisis de desconfianza, que ha producido un entorno tóxico en el que la convivencia democrática resulta imposible. Ya no hay adversarios políticos sino enemigos que hay que destruir.
Los casos de Brasil con Jair Bolsonaro y Estados Unidos con Donald Trump son paradigmáticos, pues evidencian el daño que pueden causar populistas sin el menor respeto por los valores democráticos, que se mueven con éxito en un entorno de “hechos alternativos”, alimentados por el miedo y la angustia que estos tiempos de incertidumbre provocan. Trump ya no está en la Casa Blanca y Bolsonaro perdió las elecciones, pero la polarización que provocaron en ambos países, así como la captura de algunas instituciones, como la Corte Suprema de Justicia en Estados Unidos y la consecuente marcha atrás en derechos, es una amenaza que permanece.
El informe es rico en datos -está disponible en el sitio web de IDEA Internacional-, y nos convoca a la acción allí donde nos encontremos. Frente a la realidad que vivimos y que por supuesto también toca a Panamá, no queda más que defender la democracia y los valores que la sustentan, y propiciar nuevos acuerdos que tengan lo público y el bienestar general como prioridad. Es una tarea permanente.
La autora es presidenta de la Fundación Libertad Ciudadana, TI Panamá