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Democracia y libertad, alto a su recesión

Hay un fenómeno político antidemocrático circulando por el mundo, que produce liderazgos de extremistas populistas irracionales, tanto de derechas como de izquierdas.

Ocurre en países democráticos ricos, como es el caso de Johnson en Inglaterra y Trump en Estados Unidos; en los países pobres y, por supuesto, en países latinoamericanos con Ortega en Nicaragua, Bolsonaro en Brasil y Martinelli en Panamá, entre otros.

Incluso algunos fueron gobiernos altamente corruptos, con resultados desastrosos, y quieren repetir. De que existen, no hay duda; hoy nacen inicialmente por vía electoral y se multiplican dentro de los sistemas democráticos.

La gran pregunta es por qué. La respuesta simple es porque la democracia –siempre imperfecta– hoy no está resolviendo los problemas de la mayoría de sus ciudadanos.

El manejo económico está resultando cada día más polarizado y la pirámide económica tradicional está al revés.

Antes había una base sólida de gente empleada que tiene ingresos seguros y crecientes, incluída una clase con ingresos medios, productora de dirigentes en todos los ámbitos (incluso el político), formada por gente que ha superado los niveles económicos de sus padres y que pretende, con razón, que sus hijos les superen a ellos por vía de la educación y movilización social. Hoy, esta clase media está insegura, se siente que se desmejora o, en el mejor de los casos, no avanza.

Debido a esto, viven angustiados. Sus hijos se gradúan, pero no encuentran trabajo y tienen que buscar la paila con iniciativas en la micro empresa. Aunque esto, a la larga, es positivo, mientras tanto viven con inseguridad y también angustiados por ver a tantas amistades frustradas por el futuro incierto. Todo esto a la vez que ven cómo los políticos y sus círculos cero se atiborran de vulgares excesos de dinero malhabido y a la vez se burlan y ríen de los que están sufriendo.

¿Qué significa para el pueblo de clase media la democracia y su libertad?

Bien poco, al punto que más de la mitad de la población nos dice hoy que aceptaría un autócrata o dictador si éste resolviera sus problemas.

O sea, que sin ser conscientes de lo que esto significa, aceptan la posibilidad de perder la libertad por lograr un gobierno eficaz.

Este hecho parece increíble pero es cierto. Refuerza aquel dicho repetido tantas veces en la historia de la humanidad: “Nadie sabe lo que significa la libertad hasta que la pierde”. Pues yo sí sé –como lo saben muchos más– lo que fue perderla y estuve por los largos 21 años de dictadura militar dispuesto a perder la vida misma en la lucha por recobrarla.

No puedo, bajo ninguna circunstancia, perderla nuevamente por falta de acción de nuestro poder ciudadano.

Por eso votaré por quien me parezca que podría producir los cambios radicales que hagan viable y salvable para todos la democracia y la libertad.

Una vez se dé el resultado electoral legítimo, gane quien gane, seguiré luchando día a día hasta mi último suspiro para asegurar que el nuevo gobernante –sea quien sea- trabaje con honradez y eficacia para que nuestra democracia se reforme y responda a todos los ciudadanos, en especial a los más vulnerables, para que así todos, hermanos en la nacionalidad, sigamos viviendo en democracia y continuemos siendo libres.

Ustedes, quienes me leen, ¿qué compromiso adoptarán?

El autor es presidente fundador del diario La Prensa


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