Jurídicamente, el deber se define como “el impulso que motiva la realización de un acto, cuya conciencia es inmanente a la necesidad de su realización y al constreñimiento que implica el imperativo de la norma”. En derecho penal, el deber se manifiesta a la vez, “como ejercicio inexcusable de un derecho que lesiona a la persona o el patrimonio de otro, cuando este contraviene las normas jurídica o de cultura”. Podríamos resumir, entonces, que los deberes humanos son, precisamente, el respeto a los derechos humanos.
El deber se va más allá del campo del derecho y se adentra en el espacio de lo moral, incluso, de la religión, con repercusión en el fuero de la conciencia y el destino final del hombre, y se esparce en todas las direcciones de la actuación humana, regulándose, más que por otras coerciones, por el impulso del respeto que el hombre se tiene a sí mismo y a los demás. En la escala de los valores humanos, el deber es prioritario y el hombre lo manifiesta de la obligación que siente para con Dios, la perpetuación de su especie y hasta en el deber de hacer una visita de cortesía.
Pero el aspecto más ordinario y habitual del deber es aquel que los hombres observan disciplinada y ecuánimemente con respecto al profundo respeto que demanda la paz y la justicia, que son los deberes más violados. Ahora, la gente habla, también, de los deberes humanos, sin olvidar, por supuesto, los derechos humanos.
Y cuando los que hablan de derechos humanos son los diplomáticos, los políticos y periodistas, generalmente hacen referencia a una transgresión supuesta o real del respeto que el hombre merece como individuo, como ciudadano y como miembro de una comunidad universal.
Pareciera que el mundo civilizado está cansado de exigir el respeto de los derechos humanos de los que violan, aniquilan y asesinan los deberes humanos. Pareciera que la gente buena, correcta y sensata está cansada de que se propugne por el respeto de los derechos humanos de aquellos que nunca respetaron los derechos humanos de los demás. Pareciera que, quien atropella y desconoce los derechos humanos del otro, no tiene derecho a exigir que le respeten los suyos. Habrá quienes piensen que allí donde se viola el cumplimiento del deber, el culpable coarta, limita y restringe su propio derecho.
Bien pudiera alegarse que mal puede acogerse al amparo de la ley quien la desprecia y falta a ella.
Pareciera, también, que ha llegado el tiempo de proteger a las víctimas más que a los victimarios. Es tiempo de velar porque se cumpla con el deber de enjuiciar, condenar y sancionar a los culpables para que los justos disfruten el derecho de vivir y morir en paz. Ya lo expresó claramente el ilustre patriota mexicano Benito Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.
Hagamos efectivo el derecho de que se cumpla con el deber de castigar a los que violan los deberes humanos… dentro del debido proceso, claro está.
El autor es corredor y consultor jurídico de seguros
