En teoría, las elecciones democráticas sirven para que un pueblo elija sus gobernantes y exprese sus aspiraciones, principios y prioridades. Lamentablemente, las elecciones del próximo mes en Panamá no cumplirán con esos objetivos, porque tenemos un sistema electoral disfuncional y antidemocrático que frustra la voluntad del pueblo en vez de respetarla.
En primer lugar, el sistema tiende a producir presidentes cuyas candidaturas fueron rechazadas por la gran mayoría de los votantes. Cuando un candidato “gana” la presidencia con solo el 33% de los votos (como hizo Cortizo) o el 39% (como hizo Varela), lo que tenemos es un mandatario que asume el poder sin el apoyo de su pueblo. Si queremos un sistema genuinamente democrático y representativo, tenemos que reformar la Constitución para instituir la segunda vuelta.
Segundo, el sistema carece de legitimidad porque fue diseñado por la dictadura en beneficio del partido de la dictadura, el PRD. Carlos Guevara Mann ha expuesto esto con claridad devastadora en varias columnas recientes en La Estrella (13 y 24 de marzo). Guevara Mann explica que tenemos un “sistema electoral sesgado, antidemocrático y fraudulento” que ha otorgado al PRD un dominio político sobre el país, dominio que no se fundamenta en recibir la mayoría absoluta de los votos, sino en un sistema que entroniza al PRD a nivel de Asamblea, alcaldías y representantes, aunque solo reciba un tercio de los votos. En 2019, por ejemplo, explica Guevara Mann, el PRD recibió el 30% de la votación para diputados en todo el país pero consiguió 37 de las 71 curules en la Asamblea, es decir, el 52% de la cámara. Recibió el 32% de la votación para alcaldes pero se llevó 38 de 81 alcaldías, es decir, el 47%. Lo mismo ocurrió con los representantes. Si queremos tener un país genuinamente democrático y representativo, tenemos que reformar la Constitución para corregir también esto.
Creo que todos vemos claramente que la Asamblea, bajo el dominio inalterable del PRD, es una cueva de maleantes que controla totalmente la política del país. En los debates presidenciales, los candidatos aseguran que harán toda clase de maravillas cuando sean presidentes, como si una varita mágica viniera con la banda presidencial. La triste realidad, sin embargo, es que podrán hacer muy poco sin la anuencia de la Asamblea, donde, a mi entender, absolutamente todo tiene su precio en balboas, donde la corrupción es dinástica y donde no hay la más remota posibilidad de corregir los abusos o sacar a los corruptos. Si queremos una democracia más funcional y representativa, también tenemos que corregir esto.
Los candidatos presidenciales saben todo lo anterior pero no lo dicen en voz alta. ¿Por qué no lo hacen? Porque todos están jugando su rol en el “show” político que se nos está presentando. Con su varita mágica, prometen, prometen y prometen sin diagnosticar con claridad y valentía lo que está podrido en nuestro sistema y lo que se requerirá para corregirlo y enderezarlo. Ninguno tiene la valentía o la visión de hablar de derechos humanos, del militarismo galopante, de las graves fallas en el sistema de justicia y de lo que realmente hay que reformar en la Constitución. Sin embargo, hay entre ellos quienes hablan elogiosamente de Bukele, un autócrata peligrosísimo que de ninguna manera puede ser modelo para Panamá. Esto me asusta.
Pero más me espanta que Martinelli vuelva al poder a través de su títere Mulino o que el PRD siga en la presidencia gracias a alguna sorpresa de último minuto, como se rumora al momento de escribir esto. Así como en las elecciones de este año en Estados Unidos, donde considero que lo más importante es derrotar a Trump, veo que en estas elecciones panameñas lo más importante es derrotar a Martinelli y al PRD. Queda poco tiempo para unirnos tras el candidato en mejor posición para hacerlo.
Lo primordial, entonces, es derrotar a los monstruos. Pero comprendamos lo disfuncional de nuestro sistema, porque una reforma constitucional profunda es una tarea urgente.
La autora es periodista.

