Las empresas creativas y culturales de Panamá generaron más de 400 millones de dólares en ingresos durante el año 2014, según una encuesta de empresas no financieras. Esto representó alrededor del 0.72% de los ingresos de todas las empresas encuestadas e incluyó a las organizaciones que producen o preservan la propiedad intelectual, como las publicitarias, la televisión, la radio, las actividades museísticas y artísticas, entre otras.
Igualmente, este sector invirtió más de 100 millones de dólares en remuneraciones, o un 2% del total. Esto nos recuerda que existe una economía a desarrollar en la producción y distribución de las artes y la interpretación y difusión de nuestra historia.
Este tipo de cifras se utilizan desde hace más de 50 años en el mundo para concienciar sobre las necesidades de inversión pública y privada en este sector. El argumento principal se centra en que un dólar invertido en infraestructuras artísticas y culturales pudiese tener efectos multiplicadores de gastos y empleos en toda la economía, amplificando esa inversión dos o cuatro veces. Estos estudios han sido duramente criticados por sus débiles fundamentos teóricos y evidencia.
En un reciente estudio comisionado por la Ciudad del Saber, la investigadora, María de los Ángeles Sallé, describe y analiza la multitud de definiciones que se han utilizado para realzar el valor comercial de las actividades culturales, bajo el término “industrias creativas”. El estudio señala cifras de Oxford Economics que sugieren que la contribución de las industrias creativas al producto interno bruto (PIB) de Panamá es de 6.4%. Sallé demuestra la fragilidad teórica y empírica de esta cifra, concluyendo que “no reflejan en absoluto la realidad del sector en Panamá”. Es, en efecto, poco aconsejable mandar un mensaje a futuros estudiantes universitarios sobre el potencial infinito de estas industrias para generar empleos, sin hablar de expansión de mercados y costes de oportunidad, en un país tan pequeño y en un sector que tiende a favorecer monetariamente a un número limitado de trabajadores y emprendedores.
Hace poco se presentaron mejores argumentos sobre el valor de la cultura en la economía, fundamentados en la teoría y evidencia. Partiendo de que ahora el mayor valor agregado de nuestra economía se genera desde la creatividad y la innovación y no en la manufactura o industrias, el sector cultural y artístico apoya el desarrollo sostenible, facilitando procesos de aprendizaje y la generación de conocimientos.
La creatividad no es, entonces, un asunto que solo atañe a los artistas, sino una necesidad imperante en cada rincón de la economía. Al poder comunicarse con su público, emocionalmente, las artes y los procesos de interpretación de nuestra historia crean nuevos símbolos y narrativas que ayudan a explicar y responder a los cambios de estructura económica, como ninguna otra herramienta lo puede hacer. Esto sugiere que las políticas públicas necesitan darle un nuevo giro al sistema educativo, repensar nuestra legislación del mercado laboral y de comercio exterior, y promover una narrativa más amplia de la cultura. En Panamá, aún entendemos la función pública de la cultura mayormente como apoyo salarial a artistas y subsidios a festivales.
Una política más amplia también incluiría proyectos culturales que apoyen al desarrollo sostenible, mediante la ampliación del mercado cultural y artístico por medio de acuerdos comerciales internacionales y la movilidad de artistas.
En países, como el Reino Unido, Colombia y Brasil, gran parte de los fondos públicos y actividades de la sociedad civil en la cultura se invierten en programas que buscan utilizar las herramientas de la creación y aprendizaje de la historia para reflexionar sobre cambios tecnológicos; desarrollar habilidades para la vida de jóvenes en riesgo social; incrementar el entendimiento entre inmigrantes y locales; promover la comunicación entre diferentes generaciones, y fomentar la cultura ciudadana y de paz.
Estos proyectos requieren de una inversión relativamente baja, pero a largo plazo representan altos retornos sociales y económicos que, en efecto, amplían el mercado laboral de artistas y gestores culturales y contribuyen al crecimiento de nuestro PIB.