Enorme dilema representa en Panamá destruir para construir ¿Cuándo se trata de construir será necesario destruir primero? Esta pregunta puede ser orientadora cuando hacemos referencia al concepto propuesto por el economista austriaco Schumpeter quien nos habló de la destrucción creativa, haciendo referencia a cuando un modelo de negocios cae por obsolescencia, sus recursos son liberados hacia otras actividades donde generan mayores ganancias, esto es genial cuando se trata de economía de la innovación y del realismo mágico del pensamiento creativo; más cuando se refiere al agotamiento del paradigma de desarrollo basado en crecimiento económico que no respeta la capacidad biofísica del planeta, miramos cierta incompatibilidad en la cual el mal llamado capital natural debe ser destruido para construir capital social visto como recurso. Bajo estrictas medidas reiteradas para actividades constructivas dentro de los estudios de impacto ambiental, el medio existente debe pasar por un proceso crítico, dicho en palabras elegantemente seleccionadas, remoción de la capa vegetal, preparación del terreno, acondicionamiento del suelo, lo que sin importar el tecnicismo o la semántica dentro de la fase del cumplimiento de la ejecución del cronograma, la mala práctica de “tierra arrasada” acaba con ecosistemas que le son propios a los suelos.
En la última década planificar sobre grandes globos de terreno con presencia de importantes parches de bosques orientando el desarrollo con una presión inducida hacia el oeste y este del país, mal llamadas ciudades dormitorios, requiere superponer el plano de un proyecto, sobre el paisaje natural para eliminar todo lo que no encaja con el concepto, así lo residual, le llamarán área verde, solo mientras no le estorbe a la nueva destrucción creativa de la incoherente genialidad de quienes destruyen para construir, sin pensar que construyen la decadencia de su propio éxito.
Nadie desconoce el sentimiento de protección que brinda una vivienda, para usarlo como ejemplo. Un estudio del BID mostraba la demanda insatisfecha en 2022 con un déficit de 126,313 hogares necesitando viviendas nuevas, las cuales, no por extraña coincidencia dentro del modelo Schumpeter panameño son desarrolladas en la margen o cercana a una fuente o cuerpo de agua. Bajo esta reflexión que destruye para crear insosteniblemente, la huella gris de las aguas servidas contamina nuestros cuerpos de agua por plantas de tratamiento que terminan colapsadas u otro tipo de descargas directas, nos hace pensar en la pureza de los ríos de nuestra infancia y nos recuerda con añoranza la historia del abuelo en la canción de Maná, de un río transparente y sin olor, donde abundaban peces, que no sufrían dolor.
Mucho he escuchado que en la vida uno puede arrepentirse, y arrepentirse de haberse arrepentido, y que ante el problema andamos de mirada esquiva y falso reír (Rubén), evitando enfrentar la responsabilidad coercible de potenciales delitos ambientales (Artículo 399 del Código Penal) porque, como en el esclavismo, aunque antiético era legal. El construir sin destruir representa la verdadera cara del arrepentimiento, un acto de valentía que transciende el activismo de quienes luchan por los derechos de la naturaleza (Ley 287 de febrero de 2022) o por el derecho humano a una vivienda digna (Artículo 117 de la Constitución) asunto que por metraje político representa un recurso escaso en la agenda de candidatos a puestos de elección, cuyo modelo proselitista de seguro caerá por obsolescencia. Porque la incompatibilidad de lo que puede ser compatible, naturaleza, sociedad y economía, requiere construir sin destruir los derechos de la naturaleza y los derechos humanos, celebramos juntos este 7 de julio el Día Internacional de la Conservación del Suelo y engrandezcamos más a Panamá otorgándole al tema distinción y prelación, aún estamos a tiempo, “frenar el cataclismo no cuesta tanto, solo hace falta decisión y organización” (Harari, 2018).
El autor es máster en salud pública y estudiante de derecho y ciencias políticas