Son días de peligrosa crispación. Aquí, y en muchas partes de este planeta que nos cobija a todos. Los problemas relacionados con las olas migratorias que por todos lados está provocando las guerras, la violencia, la pobreza, las crisis políticas o las alteraciones climáticas, así como las falencias de los sistemas democráticos, están enrareciendo el ambiente peligrosamente. Lo sucedido en Colón es solo un ejemplo... y una advertencia.
Ante este complicado escenario, solo queda una salida: el diálogo social, la búsqueda concertada de soluciones, el nosotros por encima del yo.
Es momento de hacer un alto y mirar al pasado; hacia la historia, la reciente historia. Es momento de recuperar el espíritu de los procesos de concertación nacional ocurridos tras la terrible invasión de diciembre de 1989. Hay que recordar cómo fue el camino iniciado con el Compromiso Ético Electoral de Santa María La Antigua de 1993, que nos permitió afrontar con confianza las primeras elecciones generales tras la dictadura.
Urge recuperar el compromiso colectivo que hizo posible los diálogos de Bambito (1994), los encuentros Panamá 2000 (Coronado 1996-97) y la Visión Nacional 2020 (1997-98). Fueron procesos difíciles, complicados, pero que nos permitieron avanzar en la agenda de reconstrucción democrática de aquel momento.
Como ahora, eran años de crispación y desconfianza; como ahora, la institucionalidad no era confiable y el recelo era parte de cada intercambio, de cada propuesta. Pero logramos ponernos de acuerdo y avanzar.
En esos años también se produjo un proceso que vale la pena recordar justo ahora, unos días después de celebrar el Día Internacional de la Mujer y de haberse producido un encuentro de feministas panameñas de varias generaciones, en el que pudieron reconocerse, reunirse y revelarse, como parte de un colectivo esencial en la lucha por la equidad y la igualdad de este país.
Vale la pena recordar cómo el movimiento feminista panameño fue recomponiéndose al iniciarse los años 90 del siglo pasado con el apoyo técnico de Unicef, que veía en el fortalecimiento de las organizaciones de mujeres del país una vía para empezar a recuperar el tiempo perdido.
Habían transcurrido 15 años desde la celebración de la primera conferencia mundial sobre la mujer de 1975 en México, y en el horizonte estaba la Conferencia de Beijing de 1995, que marcó un punto de inflexión para la agenda mundial de igualdad de género. Había que prepararse.
El vigoroso movimiento de los años de 1990 dio nacimiento al Foro Mujer y Desarrollo que, unido a grupos de mujeres indígenas, negras y las militantes de los partidos políticos, logró empujar cambios importantes en la normativa nacional, y construir una agenda política enfocada en las necesidades y prioridades de la mujer.
Desde Unicef se veía el proyecto como una oportunidad para que las mujeres panameñas pudieran retomar las reivindicaciones de género, de fortalecer la movilización social para el cambio, de crear una nueva institucionalidad, de impulsar nuevas formas de hacer política.
Las mujeres que participaron desde los movimientos sociales como Mariela Arce, Aleyda Terán, Gladys Miller, Cecilia Moreno, Berta Vargas, Ileana Gólcher y tantas otras, contaron con el apoyo de las mujeres políticas que, desde la Asamblea y desde otras instancias de poder, lograron impulsar la agenda acordada por el movimiento, modificando una importante cantidad de normas que apuntalaban el entramado legal de inequidad de género del país.
La aguerrida labor de diputadas, como Teresita de Arias, Gloria Young, Alicia Franco, Mery Alfaro, Balbina Herrera y tantas otras, permitió que la mayoría de diputados hombres en la Asamblea Nacional terminara apoyando los cambios. No fue fácil.
Otras mujeres políticas, como Leonor Calderón o Alma Montenegro de Fletcher, así como Nadya Vásquez y Sonia de Heckadon, desde las agencias de Naciones Unidas, fueron apoyos fundamentales del movimiento nacido tras la invasión, que tomó el relevo de aquellas pioneras Clara González, Gumercinda Páez, Esther Neira de Calvo y Marta Matamoros.
Ahora, otro grupo de feministas panameñas toma la antorcha y promete organización, diálogo y propuestas. La diversidad que representan es una esperanza en estos momentos de crispación, discursos autoritarios y fundamentalismos. Son momentos de diálogo y las mujeres panameñas tienen una historia de fructíferos diálogos que contar.
La autora es periodista, abogada y presidenta de Transparencia Internacional de Panamá