El presidente, Juan Carlos Varela, en su momento, calificó a su homólogo de República Dominicana, Danilo Medina, como “un modelo de estadista, cuyo liderazgo traspasa las fronteras de su país”. Con esta expresión de nuestro presidente es de suponer que conoce la definición de ser un estadista o un presidente más del montón, y de no ser así, en esta columna exponemos las abismales diferencias que hay entre uno y otro.
Si de verdad nuestro presidente tiene claro el panorama, todavía está a tiempo de lucirse como un estadista, tomando acertadas decisiones y aceptando sus errores; pero si no tiene tiempo para escuchar tampoco tendrá tiempo para gobernar.
En su historia, Panamá ha tenido a brillantes estadistas que enfilaron sus vidas de cara a los logros presentes con visión de futuro. Por ejemplo: Ricardo J. Alfaro, estadista, diplomático y escritor; Justo Arosemena, considerado el padre de la nacionalidad panameña; Enrique A. Jiménez; Belisario Porras, y muchos otros que, orgullosamente, se ganaron merecidas páginas en la historia de nuestro país.
Benjamin Disraeli, primer ministro de Gran Bretaña hacia el año 1867, sostuvo que “la diferencia entre un estadista y un político es que, mientras el primero medita sobre las futuras generaciones, al segundo solo le interesa el próximo acto de elecciones”.
Un estadista se anticipa al futuro, no inaugura obras para recibir aplausos, no le endosa sus errores a quienes lo suceden en el cargo ni gobierna mirando las encuestas.
Un estadista sueña con un imposible, pero sabiendo que es posible; es un líder conductor con visión de un país progresista, y empuña fuertemente un modelo económico y social para impulsarlo con energía en beneficio total de su pueblo.
El simple gobernante es un líder ocasional que ejerce el poder desconociendo el pasado sin entender el presente, y mucho menos se prepara para el futuro de su país. Ser un presidente más en la lista de incompetentes es un disparo mortal que lo envía en forma directa a las páginas más oscuras de la historia.
Un presidente estadista, de inmediato toma el poder, se lanza a la acción directa y, sin hacer caso a los pesimistas, emprende sus proyectos, porque tiene la amplia seguridad de que es lo más conveniente para el avance del país.
Teniendo luces brillantes sobre la diferencia entre estadistas y presidentes, el lector debe meditar respecto a las próximas elecciones para ver qué panameño tiene esa visión del presente y el futuro para el país, y puede aspirar a sentarse en el manoseado sillón presidencial.