Indistintamente de su cultura, muchos niños en el mundo pasan por una fase curiosa de su desarrollo: los intereses intensos. La psicología define esto como una fascinación por saber todo sobre un tema en particular. Un caso bastante común suele ser la pasión profunda por los dinosaurios, seres que vivieron hace más de 65 millones de años y cuyo reinado de 150 millones de años terminó tras el impacto de un asteroide de magnitudes apocalípticas.
Este curioso interés fue detectado hace mucho tiempo por el mercado, y hoy en día podemos encontrar figuras de acción, libros y películas sobre dinosaurios en todas partes. Recientemente, la saga de Parque Jurásico lanzó un nuevo reparto para su séptima película, atrapando nuevamente la atención de miles de niños en todo el mundo.
Pero lo realmente impresionante es cómo muchos de esos niños son capaces de memorizar nombres en latín casi impronunciables para los adultos y clasificar especies con solo observar unas pocas características. Sueñan con desenterrar fósiles y anhelan ver uno vivo alguna vez.
No obstante, esta pasión se enfrenta a un obstáculo muy cercano: los padres y familiares, quienes toleran estos gustos hasta cierto tiempo, pero luego, con el pretexto de hacerlos madurar, lanzan comentarios desalentadores y matan la ilusión científica de sus hijos.
Estimado padre, madre o familiar, quizás le impresione lo siguiente, pero debe saber que la idea de que los dinosaurios siguen entre nosotros no es un capricho de la ficción o el cine, sino un hecho científico. Sí, muchos lo ignoran, pero las aves, esos vertebrados emplumados que vemos a diario y el pollo guisado que cenó ayer, son los descendientes directos de los dinosaurios. Desde el punto de vista de la zoología, siguen siendo dinosaurios. Esto implica que Panamá alberga más de mil especies de dinosaurios surcando sus cielos, lo que lo convierte en un paraíso para los pequeños paleontólogos. Su hijo o hija tenía razón: ellos siguen entre nosotros.
Ahora bien, en lugar de aprovechar este y otros miles de poderosos hechos científicos para alimentar la curiosidad de los jóvenes estudiantes, muchas familias e incluso profesores la sofocan con comentarios como: “eso no da plata”, “deja esas bobadas”, “eso no es de niños grandes” o “en Panamá no hay dinosaurios”.
No todos los apasionados por estos seres se convertirán en paleontólogos, pero esa pasión los llevará a hacerse cada vez más preguntas, y esas preguntas serán los primeros pasos que formarán a los nuevos científicos, investigadores, ingenieros, astrónomos o médicos. No privemos a estos futuros profesionales de explorar. No les demos una tableta o teléfono inteligente a tan temprana edad. No los encajonemos en una pantalla o en una mentalidad limitada.
Panamá tiene riquezas envidiables y una biodiversidad única, pero sigue siendo una nación donde la ciencia es percibida como un camino incierto. ¿quiénes protegerán nuestros recursos naturales?, ¿quiénes descubrirán la cura del cáncer?
Lo que resta de las vacaciones, lleve a sus niños y niñas a museos, sitios arqueológicos, parques nacionales y senderos. Regáleles libros sobre fósiles, experimentos, evolución, historia, astronomía y prémielos por leerlos. Fomente su curiosidad en vez de reducirla a un pasatiempo sin valor.
La ciencia no solo nace en laboratorios, sino en la imaginación de los niños que sueñan con dinosaurios, con viajar al espacio o con construir mundos en videojuegos. Si se les apoya, esos sueños pueden transformarse en innovación o incluso en descubrimientos concretos que cambien nuestra comprensión del mundo. Panamá tiene dinosaurios vivos en sus cielos, pero necesita mentes jóvenes que los estudien. Es nuestra responsabilidad alimentar esa chispa de curiosidad y no dejar que se apague antes siquiera de encenderse.
El autor es biólogo animal.