Los seres humanos somos diversos, y múltiples factores como la edad, el sexo, la raza, la etnia, las discapacidades y las orientaciones sexuales influyen en nuestro bienestar y nuestra salud. Cada uno de estos aspectos moldea nuestra identidad y afecta cómo experimentamos tanto la salud como el acceso a los servicios médicos.
La investigación y los ensayos clínicos son fundamentales para comprender las enfermedades que afectan a nuestra sociedad y para desarrollar métodos de diagnóstico temprano. Además de mejorar la salud pública, estos estudios son pilares esenciales para el desarrollo económico y social de cualquier país.
Resulta preocupante que ciertos grupos de personas hayan estado históricamente poco representados en la investigación clínica. Por ejemplo, una evaluación de ensayos clínicos realizados entre 1997 y 2014 en 29 países reveló que un alarmante 86% de los participantes eran blancos.
Cuando los estudios no incluyen una representación diversa de grupos étnicos, raciales y socioeconómicos, sus resultados pueden carecer de aplicabilidad para toda la población. Así, aunque los afroamericanos y los hispanos representan una proporción significativa de la población de Estados Unidos, su participación en los ensayos clínicos de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) para nuevos tratamientos contra el cáncer de mama en 2020 fue de apenas un 5%.
La inclusión de criterios de selección más diversos en el diseño de estudios es un imperativo ético y científico. Esto no solo garantiza que los resultados sean más relevantes para una población más amplia, sino que también fomenta la confianza en el sistema de salud, al integrar a grupos históricamente marginados en la investigación.
Abordar este desafío mediante soluciones concretas es un paso crucial para resolver un problema más amplio y sistémico. A medida que avanzamos, es esencial que la comunidad científica y los organismos de salud pública colaboren para crear un entorno que valore y priorice la diversidad en la investigación. Solo de esta manera podemos garantizar que los beneficios de los avances médicos se distribuyan de manera equitativa y que cada persona reciba atención adaptada a sus necesidades únicas.
La autora es tecnóloga médica en la Iniciativa de Investigación de Envejecimiento en Panamá de INDICASAT-AIP para Ciencia en Panamá.