Aseguro que vi su mirada de orejano antiguo y sus lentes de estadista guerrero. Sentado debajo de las tejas, soplando las brisas de verano y este sol seco y penetrante que espanta hasta que las hierbas malas quieran volver a salir. Pues 100 años pueden parecer mucho tiempo, pero es casi nada para una tierra que se ha ido consumiendo y secando como una teja en el horno.
Que muchas lluvias y soles han pasado desde que en ese 1918 a un presidente se le ocurriera cuidar un área por donde pasan los ríos La Villa y Estivana, reducto ya en ese tiempo, de 150 hectáreas de bosque seco, ahí en el mismo corazón de Azuero, lleno de árboles y flores, con muchas aves, de esas que cantan hermoso y vuelan tranquilas cuando no hay cerca ningún niño con biombo.
Y me preguntaría si una centuria no basta para que a nuestros paisanos se le saliera de la cabeza que los árboles se “chupan” el agua y que por eso hay que cortarlos, o que total en el mar no hay ni un solo “palo” y cómo llueve.
Y vergüenza me daría decirle que en 100 años y luego de tantas normas, planes de adecuación ambiental, estudios de impacto ambiental, planes de manejo y toda una parafernalia de papeles y mamotretos y como colmo de muchos males, se degrade, se tale y se permita un basurero en la mitad de un bosque, en El Colmón.
Un siglo ha sido insuficiente para que el conocimiento le llegue a la gente, por más sistemas de información geográfica, satélites o drones que utilicemos.
Y la simple pregunta de dónde queda ese Colmón lejano sigue siendo casi burlona para la mayoría de los panameños.
El autor es biólogo, miembro del Movimiento Ciencia en Panamá