El Domingo de Ramos marca el inicio de la Semana Santa con una escena cargada de simbolismo y emoción. Es el día en que Jesús entra en Jerusalén montado en un burro, mientras la multitud lo aclama con palmas, ramos y cantos: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”. Una bienvenida triunfal, llena de esperanza, que ya anticipa la paradoja central de la fe cristiana: detrás de la gloria se asoma la cruz.
En el Casco Antiguo de la ciudad, esta celebración transforma las calles adoquinadas en un escenario de fervor popular. Las palmas trenzadas que los fieles llevan en alto no son solo adornos: son signos de una fe que se manifiesta con alegría y reverencia. Familias enteras participan en la procesión, que tiene algo de fiesta y algo de contemplación. Es como si la ciudad entera se detuviera un momento para abrirle paso al Rey de la paz.
Pero este Rey no entra con lujos ni escoltas, sino con humildad. No viene a dominar, sino a servir. Y el mismo pueblo que lo aclama ese día, pronto lo traicionará. Ese contraste está en el corazón del Domingo de Ramos: la exaltación momentánea y la fidelidad puesta a prueba.
La liturgia lo expresa con fuerza. La misa comienza con una procesión festiva, pero pronto nos conduce al relato de la Pasión. Pasamos de los cantos alegres al silencio de la traición; de la esperanza de los discípulos al abandono en el huerto. La Iglesia nos invita así a no quedarnos en la superficie, sino a entrar con Jesús en el misterio de su entrega total.
Este día es una oportunidad para reflexionar sobre nuestra propia fidelidad. ¿Cómo recibimos a Cristo en nuestra vida? ¿Lo aclamamos cuando todo va bien, pero lo dejamos de lado cuando nos cuesta? ¿Somos capaces de seguirlo en el camino del amor, aunque implique renuncias, perdón o sacrificio?
El Domingo de Ramos no es solo el recuerdo de una entrada gloriosa. Es una invitación a caminar con Jesús hacia la cruz, sabiendo que allí también se revela su gloria. Porque en la entrega, en el dolor asumido con amor, se encuentra la verdadera victoria.
Y en nuestro querido Casco Antiguo, con sus iglesias centenarias, sus plazas y callejones que huelen a historia y a incienso, esta celebración cobra un sentido especial. Es una cita con lo sagrado, un momento para detenerse, contemplar y decidir: ¿de qué lado estamos?
#TodosSomosUno
El autor es Caballero de la Orden de Malta.