En 1983 viajé por primera vez a Estados Unidos, con la intención de cursar estudios de maestría en Florida. En 1992 regresé nuevamente, pero esa vez para un doctorado en Texas. En el 2003 retorné, pero para una pasantía posdoctoral en Illinois. Todo ello patrocinado por el gobierno norteamericano. Los beneficios adquiridos de los Estados Unidos no concluyeron conmigo, dos de mis hijos fueron becados para cursar estudios de maestría, uno en Nueva York y la otra en Nebraska.
Sería imposible describir en este escrito todas las experiencias adquiridas en cada una de esas oportunidades de superación. Solo me resta resaltar que conocí a muchas personas, entre ellas un norteamericano, a quién posteriormente ofrecí hospedaje en mi residencia, para que realizara su tesis doctoral en Panamá. También conocí a muchos latinos, entre los cuales estuvieron algunos con quienes, desafortunadamente, me sentí discriminado. Fueron los que después supe que llaman “latinos de tercera generación”.
Estimo oportuno hacer mención que por ese respeto y agradecimiento a esa nación me sumé con el artículo a opinión “¿Qué hemos aprendido?”, La Prensa, 29 de septiembre, 2001, a las protestas que emanaron a raíz de los ataques del 11 de septiembre del 2001. Más recientemente, por iniciativa de mi hijo mayor, iniciamos el proceso para financiar una beca innovadora, que consiste en cubrir los gastos de los pasajes aéreos de los familiares panameños que se ganasen una beca Fulbright para estudiar en los Estados Unidos.
El lector podrá imaginarse cuán agradecido estoy de esa nación, así como de cuán sorprendido me encuentro por las declaraciones de su presidente, por considerarlas totalmente fuera de la cultura que conocí en ese país, particularmente de los objetivos de las becas Fullbright del cual fui beneficiado. Declaraciones que parecieran querer imitar aquella “política del gran garrote”, de hace casi un siglo. Cómo entenderlas de alguien que ya había sido presidente, incluso, ya había estado previamente en Panamá.
El lector también podrá imaginarse cuán difícil sería para un docente entender y aceptar cómo una nación tan desarrollada había elegido un presidente que se expresara con tantas mentiras. “¿Qué será lo que hizo el presidente anterior como para que se diera un cambio tan radical?”, me preguntaba con frecuencia. Me extrañaba tanto desconocimiento de la historia del Canal. “¿Será que ellos no leen, como tampoco lo hacemos nosotros?”, igualmente me preguntaba.
La confusión desapareció al observar una entrevista en un noticiero televisivo, donde se manifestaba que el presidente Trump estaba utilizando lo que en sicología se llama “ilusión de verdad”, aplicada por el nazi Joseph Goebbels durante el régimen de Hitler, que consiste en repetir una mentira con tal frecuencia que eventualmente es visualizada como una verdad. Al escuchar eso mi primera reacción fue “no puede ser que vayamos para atrás”. Y no todo terminó allí, me tocó observar imágenes que circulaban por las redes sociales, donde se comparaba los gestos y hasta muecas de Trump con Mussolini. “No puede ser”, nuevamente exclamaba.
Otro aspecto que admiro de la nación norteamericana es el respeto a las leyes, tal como lo expresé en aquel artículo de opinión titulado “¿Qué nos identifica como panameños?” publicado en 2011. Es por ello que me sorprendió las intenciones del presidente Trump de restringir los derechos a la ciudadanía por nacimiento en Estados Unidos, que prontamente fueron suspendidas por un juez federal, al considerarlas “flagrantemente inconstitucional”. Soy de la opinión que así como trató de poner a “su gente” en contra del Congreso de los Estados Unidos en el Capitolio, ahora desea poner al Órgano Judicial como un obstáculo para el logro de sus objetivos. ¿Qué podríamos esperar de esa nación, si hay muchas personas que piensan que sólo el presidente actúa correctamente?
Las declaraciones de la embajadora saliente de Estados Unidos en Panamá, Mary Carmen Aponte, me llenaron de esperanza, cuando expresó que las acciones de una persona no pueden opacar una relación de más de 100 años. No obstante, me pregunto si el nuevo embajador, si es diplomático de profesión, mantendrá la agresividad de su presidente o nos considerará “amigos”, como lo expresó recientemente el secretario de Estado, Marco Rubio.
Nosotros tampoco lo hemos hecho del todo bien en el Canal y en política exterior. En el 2004 no pude evitar redactar el artículo de opinión “Se abre más la brecha” (La Prensa, 1/1/2004), donde cuestioné los millones de dólares que otorgaba el Estado panameño a Panama Ports y Manzanillo International Terminal, supuestamente para cumplir con contratos claramente desventajosos para el pueblo panameño. En 2017, me tocó criticar al gobierno panameño de turno por romper relaciones diplomáticas con Taiwán para establecer vínculos con China continental, a la que consideraba una nación totalitaria y, por ende, inestable. Claro, eso no justificaba que se tomaran acciones militares extranjeras contra nuestro territorio.
Muchas han sido las opiniones sobre las supuestas razones de las declaraciones del presidente Trump, que tampoco me son entendibles, porque pensaba que Estados Unidos era una nación donde se sabía la dirección de su gobierno. A pesar de tantas conjeturas, pocas indican que ese presidente lograría sus objetivos. ¿Quién querría hacer negocios con una nación que solo piensa en sus intereses? No visualizo los beneficios económicos de esas acciones o tal vez no les interesa a sus gestores. Ello me hizo recordar las palabras de un compadre, cuando me decía que la mayor debilidad del ser humano no es el dinero sino el poder y que el dinero es solo un medio para obtener más poder.
Igualmente, me llamó enormemente la atención que el presidente de la nación más poderosa del mundo arremetiera en contra de un país que no solo es pequeño, sino que ni tiene ejército; a pesar de existir otros gobiernos y pueblos claramente identificados como antinorteamericanos. Sabemos que Estados Unidos no tendría problemas para invadir Cuba, Venezuela, Nicaragua o cualquier país latinoamericano, pero, con Panamá sería mucho más fácil. Dejo al lector los calificativos que merecen esas acciones. Igualmente, dejo al lector los calificativos que se merece una persona que crea inconformidades con sus vecinos.
No tengo la menor duda de que hay muchos norteamericanos que comparten los puntos de vistas de su presidente, porque ese mismo tipo de ciudadanos los tenemos en Panamá deseando que los norteamericanos nos invadan. Es el mismo tipo de ciudadano que mantiene a Nicolás Maduro y otros individuos en el poder.
Me llama la atención que los ñángaras locales no se han manifestado sobre este tema como acostumbran a hacerlo, tal vez porque Rusia fue más allá de amenazas contra Ucrania. No obstante, pido a mi pueblo que se comporte con la sabiduría que otros parecen haber perdido y nos limitemos a decir la verdad, internacionalmente, con la misma frecuencia con que otros mienten. Si en 1977 logramos nuestro objetivo a pesar de tener un gobierno militar, en esta ocasión no nos será tan difícil.
En lo personal, me limitaré a lo expresado en un artículo que publiqué en el 2006, “Una historia de vaqueros”, donde hago un llamado a la paciencia y perseverancia para vencer al poderoso. Mi visa norteamericana ha vencido y, por ahora, no tengo intención de renovarla. Asimismo, insto a los exbecarios Fulbright panameños a pronunciarse, de alguna manera, ante esas amenazas. Admito que las declaraciones del Sr. Trump, aunque en su momento no las creí, me causaron molestia y preocupación; pero hoy me generan lástima, sentimiento que también expreso hacia quienes han preferido guardar silencio ante toda esta situación.
El autor es profesor de química de la Universidad de Panamá.