En los últimos tiempos, nuestro país ha sido testigo de un fenómeno que, aunque desafortunado, marca un antes y un después en nuestra historia contemporánea: el avance significativo en la lucha contra la corrupción. El caso de Ricardo Martinelli, no solo ha expuesto las profundidades de la corrupción en los niveles más altos de poder, sino que también ha servido como símbolo del gran problema que representa esta lacra para nuestra sociedad.
Sin embargo, más allá de los nombres y las caras de aquellos involucrados, lo que verdaderamente merece nuestra atención es el progreso institucional que estos casos representan. Son reflejo de un país que, pese a las adversidades, busca crecer y fortalecer sus cimientos democráticos. Este enfoque hacia la institucionalidad y la justicia demuestra que estamos viviendo un punto de inflexión crucial.
La condena de figuras previamente intocables no es un fin en sí mismo, sino un medio para recalcar que nuestras instituciones están comenzando a funcionar como deberían. Estos casos son evidencia de que, aunque el camino hacia una institucionalidad sólida y transparente es largo y complejo, hay avances tangibles que celebrar. La corrupción, una plaga que ha minado el desarrollo y la confianza en el sistema, está siendo confrontada con valentía y determinación.
Es imperativo que, como sociedad, reconozcamos y respaldemos estos avances. Corruptos siempre habrá, pero lo trascendental es asegurar que nuestras instituciones sean robustas, justas y eficaces. La verdadera victoria radica en la consolidación de un Estado de derecho donde la corrupción no encuentre espacio para prosperar y donde la justicia prevalezca sin importar el estatus o el poder.
Este momento debe ser visto no solo como una victoria contra individuos corruptos, sino como un avance hacia un futuro en el que la integridad y la responsabilidad sean los pilares de nuestra sociedad. Debemos seguir apoyando y exigiendo reformas que fortalezcan nuestras instituciones, garantizando que este punto de inflexión se convierta en un camino sin retorno hacia una democracia más sólida y transparente.
La lucha contra la corrupción es larga y está llena de desafíos, pero cada paso que damos hacia una mayor institucionalidad es un paso hacia el futuro que deseamos. Un futuro donde las generaciones venideras heredarán un país más justo, íntegro y próspero

