¡Cuánto enojo hay en estos días! No hay tolerancia a los errores. Cualquier punto de vista diferente al de nosotros, nos lleva a “cancelar” a la persona. Y si digo algo que no debí, estoy “frita”. Las acciones y comentarios impulsivos que causan un efecto perjudicial jamás han sido justificados; pero antes, las comunidades mostraban una forma de amor correccional. Un amor que corrige, pero ama. Un amor que no condena, ni juzga a la persona, pero rectifica la acción. Un amor que corrige y perdona. Este amor es el que forma familias fuertes en valores, en donde el amor es el pilar principal.
Hoy, todo el mundo siente la autoridad de castigar. Todo ese enojo y grandeza autoritaria del poder castigar a cualquier persona a través de las redes sociales o por la lengua, de una manera desordenada y exagerada, crea una validación tóxica de emociones. El odio se propaga como una enfermedad de nosotros a todo nuestro ambiente. La pregunta es, ¿cómo llegamos a este punto? Cada día nos alejamos más de la tolerancia y el perdón. Todos sentimos el poder de ejercer el día del juicio.
Creo que la razón de este comportamiento desmesurado es la falta de formación de carácter. En los recientes años, he estado expuesta a esta educación de una manera más formal y estaba impactada al aprender sobre las virtudes y los vicios, y cómo afectan nuestro comportamiento proporcionalmente a cómo los desarrollamos. Personalmente, muchas de estas virtudes las consideraba parte de la naturaleza de una persona o no. La educación de carácter incluye todo lo que nos ofrece la presente compulsión de autoayuda como desarrollo de hábitos, poder de perseverancia y pasión (o lo que llaman grit en inglés), mentalidad de crecimiento y demás.
Esta formación era parte del hogar, escuelas y comunidad, y hoy ya no se observa fácilmente, dejando generaciones con un carácter desarrollado a la merced de la banalidad del mundo.
Los seres humanos somos llamados a siempre dar lo mejor, a ser diferentes y extraordinarios, y cuando digo extraordinarios, no digo extraordinariamente lleno de logros materiales, pero extraordinarios de manera que nos alejamos de nuestra naturaleza humana: individualistas y guiados por nuestras debilidades. Somos llamados a trascender fuera de esto, logrando más de lo que estamos diseñados.
El sentimiento de éxito de un ser humano es inherente a la diferenciación e integración de nuestras capacidades y talentos. Cuando estos son usados para el bien de la comunidad y de los demás, entonces podremos llamarnos personas exitosas. Me atrevo a decir que esta manera de pensar y actuar solo se volverá la norma con la restitución formal de educación y formación de carácter: en nuestras casas, en nuestras escuelas y en nuestras comunidades.
La autora enseña formación de carácter a estudiantes de quinto grado