Hace unos días sosteníamos una conversación con diferentes miembros de think tanks de la región centroamericana, en la que, de manera informal, compartíamos nuestras experiencias durante la educación formal, desde la primaria hasta la universidad. Cada uno expresaba cómo estas experiencias habían, o no, influido en su nivel profesional actual. Fue impresionante que la mayoría señalara que poco o nada tuvieron que ver, pues muchas habilidades que hoy destacan, en su día a día y que les ha hecho crecer profesional y personalmente, no fueron aprendidas en la educación formal, sino con la experiencia. Además, en muchos casos la educación curricular distaba de sus habilidades.
En lo que a mí respecta, siempre sentí que la escuela no me comprendía, pues mi mayor habilidad no son los números, pero como nunca fueron mi fuerte, se me tachó de ser una mala alumna, al verme obligada a recuperar clases, al final de año, en todas las asignaturas que involucraran números. Nunca nadie se detuvo a ver mis fortalezas en otras áreas, entonces, siempre sentí que la educación formal me aplastaba, lejos de inspirarme.
Este es el caso de cientos de miles de niños, a lo largo y ancho de Latinoamérica, sometidos a currículos de educación sin que realmente se comprenda cuáles son sus habilidades y, mientras tanto, crean aversión a las materias o disciplinas en las que no se sienten cómodos.
Por otra parte, está el fenómeno de los padres de familia que, al parecer, tienen divorciado el sentido de lo que quisieran y lo que están dispuestos a experimentar. Muchas personas, entre ellos estos padres, han compartido en Facebook el video de la educación en Finlandia, que destaca las bondades de su sistema y describe por qué es actualmente el mejor del mundo.
Los padres saben que sus hijos, que estudian bajo el dictado de la educación clásica, no reciben lo adecuado, de acuerdo con sus potencialidades, pero si al dejar a su hijo en la escuela se le informa que habrá un cambio en la estructura de enseñanza y que esta será sin un horario específico para cada clase, que estará relacionado a niños de otras edades, y que no tendrá una hora de matemática diaria, lo más seguro es que ese padre muestre resistencia al cambio, porque lo único que conoce es la educación que él recibió y considera que su hijo debe seguir.
El hecho de que los sistemas educativos ya estén desgastados no es solo una responsabilidad de los gobiernos y sus secretarías de educación es, sobre todo, una responsabilidad de los padres. Ellos están obligados a exigir la educación que mejor se adapte a sus hijos, y no solo a aquellos niños que tienen necesidades especiales de educación, diagnosticada, sino a todos, porque cada persona tiene diferentes capacidades cognitivas.
Nuestro mundo ocupa individuos empoderados de sus habilidades, seguros de lo que pueden hacer y conscientes de lo que no es su área más fuerte, solo así tendremos una sociedad movida por personas plenas, felices y con resultados efectivos, según su área de desempeño. Esto se logrará si se comienza desde la base, si desde la escuela al niño se le consideró como parte de su propio proceso de aprendizaje, no como un recipiente al que se le agrega todo el conocimiento que recibe, al igual que se hace con sus 20 compañeros.
Mi generación, la suya y, tristemente, la de muchos niños de hoy, no sobrevivirán gracias a lo que recibieron en la escuela, sobrevivirán a pesar de la escuela. Exijamos, conozcamos e investiguemos otras formas de educación que ayuden a cultivar la responsabilidad, la creatividad, las habilidades efectivas y reales de los estudiantes, pues solo así se obtendrá el desarrollo pleno del individuo, y este sumará desarrollo y prosperidad a la sociedad en la que se desenvuelve, de una manera orgánica, y no empujado por lo que el Estado creyó que debía saber, haciendo invisible su verdadero potencial.