Bien dicen que el cambio es la única constante y lo que mejor sabemos hacer los humanos es precisamente adaptarnos a los cambios.
Las nuevas tecnologías han llegado para quedarse y evolucionar de manera sostenida, también han venido para cambiar radicalmente la forma de aprender y la manera en que intercambiamos, integramos y aplicamos los conocimientos generales que se aúnan al proceso de manera integral.
A mediados de la década de 1990 era muy común que los docentes de todos los niveles promovieron principalmente habilidades como la lectura comprensiva y la retentiva del estudiante. Tareas que, con seguridad a la mayoría de los lectores de la generación educada en aquel entonces, le han servido para desarrollar carreras exitosas.
No obstante, las marcadas diferencias entre las habilidades necesarias en aquella época y las que precisamos en la actualidad, así como el conocimiento que se tiene sobre el funcionamiento del cerebro y la memoria de corto y largo plazo, sirven como indicadores de que debemos robustecer otras habilidades cognitivas y estrategias metacognitivas.
Concluida la etapa escolar, el joven adulto llega a las aulas universitarias con la idea de que realmente va a internalizar conocimientos aplicables a la vida cotidiana, las funciones profesionales que proyecta realizar y a la propia transición hacia la vida adulta. La manera de aprender de los niños, jóvenes y adultos ha evolucionado siguiendo la propia evolución humana y la de las tecnologías, por ello, ya no es atractivo para los estudiantes de nivel superior memorizar teorías o escuchar cuatro horas de discurso académico, ya que probablemente esta metodología no les aporta aprendizaje con enfoque práctico.
La implementación de programas de estudio en los cuales el académico y los alumnos dispongan de simuladores, herramientas de realidad virtual y realidad aumentada dentro de las aulas universitarias, así como de otros mecanismos prácticos para llevar una experiencia más próxima al entorno económico y de la empresa del mundo moderno, promueve no solamente el aprendizaje, sino el interés y la curiosidad del aprendiz por obtener esos conocimientos y transferirlos.
Cada disciplina tendría una maravillosa oportunidad de rediseñar sus aulas partiendo del estudio del mundo moderno, las necesidades de los mercados, la premisa de que cada uno de nuestros estudiantes puede emprender, crear nuevos oficios y soluciones, así como obtener las plazas de empleo porque dispone de los conocimientos y las herramientas necesarias para ocupar los puestos que queden para los seres humanos cuando tareas que pueden ser automatizadas, virtualizadas o desestimadas, dejen de exigir la presencia humana y permitan optar por inteligencia artificial y otros desarrollos tecnológicos.
Al estudiante moderno se le debe enseñar a pensar, es una herramienta atemporal que no pasará de moda ni con toda la tecnología que se desarrolle en los años venideros. Ya la memorización y la integración de los conocimientos por medio de un único mecanismo han perdido vigencia y tiene todo que ver con la creciente de estímulos externos que recibimos de todo tipo de formas, a través de los dispositivos móviles, la televisión, las pantallas gigantes que sirven de vallas publicitarias a lo largo de la extensión territorial de nuestro país.
La educación superior de nuestros tiempos debe constituirse en el semillero de los grandes pensadores e inventores del siglo XXI y del que viene, ya no debe enfocarse en la aplicación de conocimientos en el corto plazo. Debemos ofrecer a los aprendices la oportunidad de ensayar, de fallar, de replantearse sus ideas una y otra vez con los simuladores, trabajar en equipos y de manera individual en proyectos de investigación que tengan un propósito más allá de la calificación del curso.
Estamos cada vez más conectados y aunque las desigualdades de género, de ingresos y de conectividad sean un lastre para el desarrollo de todos por igual, la evolución de la educación es uno de los cimientos principales que debemos procurar para que el mundo encuentre su equilibrio y el ser humano su propósito.
La autora es abogada y docente

