El abuso sexual de personas mayores sigue siendo uno de los temas menos explorados y desatendidos tanto en la investigación científica como en la práctica clínica, a pesar de la extensa bibliografía sobre la violencia sexual en niños, adolescentes y adultos jóvenes. La ausencia de una investigación centrada en el abuso sexual de las personas mayores es desconcertante, dadas las graves consecuencias físicas y psicológicas. Si bien el tema del abuso de personas mayores en un contexto más amplio ha ganado atención, el estudio específico de la agresión sexual contra personas mayores se ha pasado por alto en gran medida. Los desafíos para estimar con precisión la prevalencia de las agresiones sexuales contra personas mayores son considerables, exacerbados por altas tasas de subregistro y dificultades para confirmar los incidentes denunciados.
Sin datos precisos sobre la prevalencia de violencia sexual, diseñar intervenciones específicas para prevenirla en poblaciones de mayor edad es un desafío. La cuestión se complica aún más por las barreras únicas que enfrentan algunas personas más mayores, incluidas las limitaciones cognitivas y físicas, los estereotipos sexuales negativos y la dependencia de los cuidadores. Estos factores dificultan que las víctimas mayores denuncien la violencia sexual, lo que exacerba la naturaleza oculta del abuso. El entorno de los hogares de personas mayores presenta complejidades específicas: las víctimas a menudo no pueden denunciar estos actos por sí mismas debido a limitaciones cognitivas o incapacidad física, lo que obstaculiza la detección y la intervención.
Las personas mayores, algunas ya vulnerables debido a problemas de salud multifacéticos, enfrentan mayores riesgos de mortalidad después de experiencias traumáticas como la agresión sexual. Las investigaciones sugieren que las víctimas de agresión sexual sufren problemas de salud ginecológicos, neurológicos y relacionados con el estrés, y las víctimas mayores enfrentan un mayor riesgo de trastorno de estrés postraumático y muerte acelerada. Estos resultados no solo subrayan la gravedad del problema, sino que también complican las investigaciones y los procesamientos, ya que muchas víctimas no sobreviven lo suficiente para que se haga justicia.
Aunque se reconoce que los hombres mayores también pueden ser víctimas de abusos sexuales, el delito afecta predominantemente a las mujeres y, con mayor frecuencia, es cometido por agresores masculinos. Esta dura realidad tomó mucha más relevancia cuando inició el juicio contra Dominique Pélicot, el hombre francés que por nueve años drogó con somníferos a su esposa Gisèle Pélicot para que decenas de desconocidos la violaran en múltiples ocasiones.
El caso, además de conmocionar a la comunidad internacional, ha expuesto con extrema crudeza la violencia sexual que ocurre a todos los niveles dentro de la supuesta seguridad del hogar, dejando en evidencia las profundas vulnerabilidades que pueden enfrentar las mujeres mayores debido a la dinámica de poder y control que existe en los entornos domésticos. No fue hasta que los investigadores descubrieron la evidencia digital que se conoció la magnitud del abuso, lo que puso de relieve la facilidad con la que la violencia sexual contra las personas mayores puede pasar desapercibida, incluso en entornos familiares.
Si bien la mayoría de las investigaciones se centran en el abuso a las personas mayores en entornos institucionales como los hogares de ancianos, el caso Pélicot destaca debido a que el abuso ocurrió en el hogar de la propia víctima. Aunado a esto, el hecho también refleja las complejidades inherentes a la tarea de trazar un perfil de los perpetradores. Al igual que los hallazgos de la investigación sobre los agresores sexuales que atacan a mujeres mayores, este caso involucra a un agresor masculino que utilizó medios violentos y coercitivos para cometer sus crímenes. Tal y como le ocurrió a Gisèle, el abuso de mujeres mayores puede ser premeditado y sádico, pero también revela que los hombres que cometen delitos sexuales contra mujeres mayores son diversos en edad (de 26 a 74 años) y circunstancias de vida.
Los 51 hombres acusados de violar a Gisèle Pelicot también son de diversas profesiones como camioneros, soldados, bomberos, un periodista e incluso un enfermero. Muchos volvieron varias veces. Aún más inquietante es el silencio de quienes sabían lo que estaba sucediendo: solo tres hombres se negaron a cometer el abuso, pero ninguno lo denunció.
Lo que hace que el caso Pélicot sea aún más alarmante es que ejemplifica la naturaleza a menudo oculta y privada del abuso sexual entre personas mayores. Al igual que en los hogares de ancianos, donde la dependencia de los cuidadores puede conducir a abusos que no se denuncian o pasan desapercibidos, los entornos domésticos también están plagados de riesgos. En este caso, la víctima estaba completamente a merced de su marido, sin mecanismos para protegerla o detectar el abuso. Incluso cuando se descubre el abuso, el daño a menudo ya está hecho, y la víctima sufre daños físicos y psicológicos a largo plazo.
Gisèle, que ahora tiene más de setenta años, sufrió años de síntomas inexplicables, como pérdida de memoria, pérdida de peso y problemas ginecológicos, que ella y su familia inicialmente temieron que fueran signos de la enfermedad de Alzheimer. Solo fue hasta que la policía descubrió la magnitud total del abuso que la verdad se hizo evidente. Gisèle, que desde entonces se divorció de Dominique y ha cambiado de nombre, decidió hacer público su juicio en un esfuerzo por crear conciencia y apoyar a otras mujeres. Su poderoso mensaje, “La honte doit changer de cam” (“La vergüenza debe cambiar de bando”), refleja su determinación de trasladar la culpa de las víctimas a los perpetradores y a quienes permiten esa violencia.
Para quienes confiamos en los hombres que tenemos cerca, el caso Pélicot genera un malestar profundo. Nos hacemos cómplices de la narrativa más cómoda de que solo unos pocos hombres malos dicen y hacen cosas indescriptibles a las mujeres y a los niños, hasta que nos enfrentamos a la evidencia de lo contrario. Aun así, en Francia y el mundo abundan los comentarios en defensa de que “no son todos los hombres” sin aportar nada útil al respecto. Peor aún son los comentarios edadistas en redes sociales que minimizaron la violación de una mujer mayor de 60 años, exculpando a muchos al considerarla un hecho inusual entre hombres.
Este caso pone de manifiesto la falta de protección de las personas vulnerables y nos deja mucho sobre lo que reflexionar.
La autora es investigadora científica en Neurociencias del INDICASAT AIP e integrante de la Fundación Ciencia en Panamá.