El asombro del olvido



Hay quienes hoy, 20 de diciembre, se preguntan por qué detener la producción de un país para reflexionar. Quiero pensar bien, creer que es falta de costumbre, quizá una malamaña a las que nos ha acostumbrado esta pervertida democracia que se nos presentó después de aquel 20 de Diciembre de 1989, así, con mayúsculas.

Hay quienes han optado, convencidos o cansados, por la postura de que mejor es no darle alas al rencor, que aquello sí que fue una causa justa o que fue lo mejor que pudo pasarnos, dejando de lado el hecho de que los muertos que otros pusieron siempre dolerán, sean muchos o pocos. La opción del olvido asombra por poco inteligente y mezquina.

Aquello que ocurrió, su memoria y su necesaria reflexión, no debe convertirse en una postura extravagante, ni tampoco en una opción para rencorosos. Un día como hoy toca pensar la herida, sopesar el trauma, consolar ausencias, hacer pedagogía de las sombras, detener con las palabras de nuestra literatura el posible olvido. Porque aquella noche aprendimos para siempre que entre el día de la Madre y la Navidad, hay que tragar una copa amarguísima de tristeza que merece un día para sentarnos a pensarlo.

Habrá quien se arranque para la playa, quien prefiera los primeros sones del verano, quien quiera respirar los aires de Navidad olvidando la herida, la infinita injusticia, y están en su derecho, como todos los demás tenemos el deber de tomar de esta jornada un rato para recordar aquella noche en la que el cielo se iluminó de muerte.

Asombra y enfurece el olvido que se ha construido en torno a la Invasión de los Estados Unidos sobre Panamá, sí, pero hay que crecerse desde la memoria, desde el recuerdo entristecido sin pudor a las lágrimas, desde la profunda tristeza como sociedad. Porque ante las injusticias y las ausencias, solo cabe la lucha y el sustento de la reflexión para no caer en la indolencia.

El autor es escritor

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